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martes, abril 04, 2017

Abarco de río: corpulento y majestuoso

La flora que no vio el sabio Mutis: Cariniana pyriformis

Armando Moreno Sandoval

El Cariniana pyriformis de la familia de la Lecythidaceae  es un árbol corpulento, tiene tallo y altura. Es conocido como abarco de río y tiene su hábitat en centro américa y en el norte de Colombia.

Según los botánicos y naturalistas es un árbol que hace parte del Bosque Tropical Húmedo y tiene la particularidad que para sobrevivir necesita que sus raíces encuentren suelos húmedos. Esta es la explicación del por qué lo vemos rondando las cuencas de los ríos.

Es un árbol que necesita una temperatura entre 21 °C y 35 °C, una precipitación anual entre 2000 y 5000 mm, y una altitud entre 80 y 1600 metros sobre el nivel del mar. En Colombia además de la costa caribe se halla en el Casanare, el Orinoco y en algunos parajes del valle del río Magdalena.

Abarco de río
Es un árbol que alcanza una altura aproximada de 45 metros y un diámetro que a veces supera los 100 cms. Pero esta majestuosidad contrasta con otras particularidades del árbol que lo hacen, hoy en día, muy vulnerable. Para empezar su nacimiento no es como el de otros árboles. Pues para nacer, además de suelo húmedo, necesita buena luz y buen espacio, sin estas condiciones su semilla no brotará.

En un ambiente natural y por ser un árbol corpulento que requiere espacio, la naturaleza en su proceso evolutivo y selectivo ha decidido que no todas las semillas han de nacer. Como es un árbol que no forma colonias, pues se le ve solitario y aislado, se deduce que de todas las semillas que se esparcen solo podrá reproducirse una y solo una. Amén de que una vaca, un chivo, un burro o cualquier bestia humana devoren la plantita tierna y acabe con el ciclo de reproducción de la especie.

A lo anterior hay que añadírsele que su crecimiento es lento lo que lo hace que sea un candidato a morir prematuramente.

Aunque el sabio José Celestino Mutis al recorrer los bosques, ríos y valles que bordeaban los pequeños caseríos de Mariquita y Honda llegó a la conclusión —y lo dejó registrado en su diario de campo— que lo que veían sus ojos eran “bosques de galería”, es muy raro que con esta afirmación no haya visto el abarco de río.

Por qué este majestuoso árbol pasó desapercibido incluso para los ojos del botánico y naturalista Alexander Humboldt a su paso a finales de 1801 por Mariquita hacia las minas de Santa Ana?  

Para avistarlo tocó esperar hasta el año 2007. Sucedió que el naturalista y botánico Orlando Velásquez, haciendo un recorrido por el bosque de Mariquita, tratando de localizar a los mineros que horadaban las vegas de la quebrada El Peñón tuvo la dicha de tropezarse con el frondoso abarco de río.

Cómo es posible que tantos años recorriendo el bosque el abarco de río le haya sido esquivo a sus ojos, se preguntaba el botánico y naturalista Orlando Velásquez. Al tocar su fuste, y al observarlo detenidamente, una catarata de ideas le pasó por su mente. Preguntas iban y venían. Se preguntaba cómo era posible que el abarco de río hubiese sobrevivido a la tala sin control.

Aunque podría pensarse que su sobrevivencia pudiera haber obedecido a un plan de reforestación y tala para aprovechar su madera, la hipótesis en sí es muy débil. La cuestión es que el ejemplar que está en el bosque de Mariquita es el único que existe en todo el norte del Tolima. Desechada la hipótesis, la congoja le llegó a su existencia. Por las mejillas se le resbalaron unas cuantas gotas de lágrimas.

Abarco de río
Recostado sobre un barranco y lanzando volutas de humo pensó que, seguramente, si el sabio Mutis no lo vio, la explicación podría estar de que en la época que gobernaban los españoles, conocida como la Colonia, estos habían llevado una explotación desmesurada arrasando con la especie cuya madera había quedado incrustada en las columnas, puertas, ventanas y vigas de las casas, en los ataúdes de ricos y pobres, en los baúles, en las galerías de las minas de plata, en los carromatos de los esclavos, en las culatas de las escopetas, en los cabos de los cuchillos, en los pilones para macerar las espigas de arroz, en los trapiches de caña de azúcar, etc., etc., o, por qué no en las cocinas de cualesquier blanco, negro, mulato, mestizo o indígena.

Con las lágrimas bordeando las comisuras de los labios calculó que podría tener unos 30 metros de altura. Al pensar en la edad del árbol recordó los manuales de dendrología. Con su copa aparasolada y sus ramas extendidas como si fuera una ceiba lo observó con detenimiento y dedujo que podría tener 150 cms de abarcadura. Lo que lo llevó a pensar que si los árboles maderables aumenta de grosor 5 milímetros por año, o sea, 0.5 cms, el abarco de río del bosque de Mariquita perfectamente podría tener 300 años. Lo que lo llevo a deducir que para la época del sabio Mutis era un arbolito demasiado joven y que quizás esa fuese la razón del por qué el sabio no lo vio.

Si bien el abarco de río es una especie nativa que, como se dijo antes, es de la zona tórrida, la calidad de su madera lo ha llevado a que esté en vía de extinción. Aunque su madera tiene diversas utilidades, como, por ejemplo, hacer tacones para los zapatos, en Colombia sus hojas sirven como forraje para alimentar el ganado estabulado.

Sorprende que los habitantes de Mariquita desconozcan que en el bosque de Mariquita existe un único ejemplar que, por cosas del destino, aún sigue con vida. No obstante su futuro es incierto.

Un individuo llamado Juan Carlos Acero, y que los mariquiteños lo hicieron alcalde, tuvo la “sabiduría” con la venía de Cortolima de  canalizar la quebrada El Peñón con cemento y que al volver añicos las peñas que bordeaban los meandros esta se secó. Hoy en día la quebrada es un cadáver putrefacto que, por culpa del exalcalde, alteró  el ecosistema del bosque.

Las consecuencias de esta alcaldada han sido catastróficas. El bosque ya no es el mismo, está moribundo. La fauna silvestre al igual que la naturaleza vegetal ha venido desapareciendo poco a poco. Es un futuro negro, el mismo que le espera al abarco de río.

Eso sin contar con el migrante necesitado de techo que ha visto en el bosque un refugio dando paso a solares y casas.