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sábado, octubre 21, 2017

Gaseosas Glacial. Semblanza de uno de los socios y fundadores

Joaquín Arturo Paz MacCausland. Centenario de su nacimiento
Inteligente y autodidacta

Armando Moreno Sandoval

Arturo Paz Cuenca, luego de instalar molinos industriales a lo largo del río Mississippi en Estados Unidos,  regresa a Barranquilla, Colombia, con su señora esposa a bordo de un buque a vapor. Al tocar tierra, la esposa siente los dolores del parto y el pataleo de su futuro hijo en las entrañas de su vientre. Sin pensarlo dos veces a volandas llegan al hospital más próximo. Las enfermeras corren y los médicos se preparan para el parto de la futura madre. Horas más tarde nacería  un niño quien recibió el nombre de Joaquín. Era el 1 de diciembre de 1917. De chiripas no nació en altamar.

Su infancia y adolescencia transcurriría entre Sogamoso,  Duitama y las botellas de la fábrica de gaseosas de su abuelo paterno. La comodidad de un abuelo empresario y de un papá ingeniero empírico, y por demás socio del Molino Santa Clara, con toda seguridad le permitió a la familia Paz MacCausland llevar una vida hogareña, holgada y cómoda.    No obstante, con la muerte del padre el joven Joaquín entendió que el futuro tendría que reinventarse.

Joaquín Paz recibiendo el titulo de Bachiller
Tras la muerte del padre, el joven Joaquín asumiría el deber de llevar el pan a la mesa de la familia. Para llevar el pan se le ve por ese entonces trabajando como fogonero del Ferrocarril de Occidente.

Entretanto, atraídos seguramente por el ferrocarril y el cable aéreo que regentaban los ingleses, el linaje materno de los MacCausland ha echado raíces en Mariquita.

Una tarde obscura de esas que siempre suelen darse en la sabana de Bogotá como si fuera a llover, madre y abuela intuyen que el joven Joaquín lleva una vida desdichada y sin futuro. En busca de un nuevo futuro, le dice en el inglés de sus ancestros: “Let´s go to Mariquita”. Es hora de marchar a Mariquita.

Lo que nunca pensó el joven Joaquín era que algún día, por cosas del destino, seguiría los pasos de su abuelo y no de su padre, quien como ingeniero empírico, poco le importó el mundo de las gaseosas. Tan así que cuando murió el abuelo, seguramente que con el visto bueno de la familia, su padre, optó por desarmar la fábrica y llevarla a lomo de mula a Mariquita.

Ya instalados en Mariquita el  fruto que seguramente esperaba recoger la familia del joven Joaquín sería en vano. A Joaquín se le ve trabajando, tal vez en 1939 o 1940,  en la empresa de ferrocarriles Doradafer. Aunque el sueldo como trabajador del ferrocarril no tuvo que haber sido sustancioso, para mejorar la mesa de la familia se le ve alternando el trabajo en el ferrocarril con la enseñanza del inglés entre Honda y Mariquita.

El esfuerzo de viajar entre Honda y Mariquita  traería su recompensa: terminaría enamorado de Elisa Valencia Pardo,  una de sus alumnas. Con el paso de los días la haría su esposa. Mientras las vagonetas del cable aéreo seguían surcando las estribaciones de la cordillera central y los vagones del ferrocarril traían las gaseosas que se tomaban los habitantes del norte del Tolima, la fábrica de gaseosas del abuelo seguía intacta y arrumada pero no abandonada.

La vorágine de la vida por la que estaba pasando el ya adulto Joaquín y con la fábrica del abuelo que solo le traía recuerdos de su niñez, el día menos pensado le alumbró la idea del por qué no echarla a andar.

De nada servía tener un proyecto de empresa si el dinero en el bolsillo escaseaba. De tanto insistir el adulto Joaquín por aquí y por allá, llegó el día que algunos de quienes lo escuchaban lo acompañarían a hacer realidad sus sueños. La incertidumbre dio paso al optimismo.

Lucas Bernal, benefactor financiero de Glacial
Jaime Bernal, aseguró en vida que su padre Lucas Bernal fue el directo benefactor financiero de la empresa en ciernes.

Quienes dan cuenta de la vida cotidiana del ayer, afirman, que, sin los amores del auditor general del ferrocarril Lucas Bernal con Empera Rubio de Duque, seguramente, el apellido Duque nunca podría haber entrado en los anales de la historia de la futura empresa. La condición de Lucas como hombre separado había ayudado para que doña  Empera, en su papel de amante, hubiese amasado  una aceptable  fortuna; pues gracias a ese romance y alentado por su madre Empera  es que el ya crecido Humberto Duque Rubio, su  hijo,  aparece como el socio con pesos  para ayudar a echar andar la empresa.

Entre los  ires y venires para formalizar la empresa por fin llegaría el día del lanzamiento. Mientras en Bogotá el ministro de obras deliraba con construir un ferrocarril a lo largo del río Magdalena, en Mariquita, un municipio al norte del departamento del Tolima, un 17 de julio de 1947, se inauguraba una empresa de gaseosas que, con el pasar del tiempo, los colombianos y tolimenses conocerían como Glacial.

Don Francisco “Pacho” Gutiérrez, con sus 87 años, es uno de los pocos que pueden decir en Mariquita “yo fui testigo”. Recuerda él que a una cuadra de la llamada Plaza Armero, en la carrera 8 entre calles 9 y 10, una fábrica de pedal de fabricación alemana empezaría a botar a la calle las primeras gaseosas. Un carromato jalonado por un caballo llamado “Palomo” y operado por Francisco Flórez Gómez “Pachito” haría las primeras correrías por el caserío de Mariquita.

Una época de infernal lluvias le daría un golpe bajo a las ventas callejeras. El pesimismo de que los
Antigua instalaciones de Glacial
pesos invertidos podrían esfumarse de la noche a la mañana sacaría corriendo a Elio Rubio, otro de los socios. Un señor apodado “Perruncho” y de nombre Enrique Ávila compraría las acciones del pesimista Rubio, convirtiéndose en nuevo socio y superando así el primer tropiezo de decepción y desconfianza.

Mientras liberales y conservadores seguían matándose por un trapo de color azul o rojo, la empresa de gaseosas seguía avante. El consumo y aceptación del producto les permitió pensar en una nueva sede para la fábrica. Entre 1958 y 1960 la empresa hace su traslado a las afueras de Mariquita a un lado del tendido del ferrocarril y de la carretera que va hacia Honda. En mayo de 1964 llega Coca-Cola y consigo la época de esplendor y felicidad de la empresa.

Entre tanto el visionario Joaquín veía como el recuerdo de su niñez echaba raíces cada día más y más.

Los tropiezos que había tenido que enfrentar y superar de joven con la muerte de su padre serían cosa del pasado. Con la empresa dando frutos por doquier, le permitió en sus ratos libres alternar la escritura de la poesía con la política. Como militante del Partido Liberal se le ve, en 1957, haciendo campaña por el plebiscito para ponerle punto final al reguero de muertos que había dejado la violencia liberal conservadora tras la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1948.

Como si sus ocupaciones como empresario no le bastaran, en un gesto altruista para con el pueblo que lo había acogido, se le ve también como concejal y personero. No contento con los compromisos que tenía pensó de un momento a otro en hacerse bachiller. Sus aulas no fueron de ladrillo, tablero y tiza. Ya adulto, cruzando ya los cincuenta años de edad, se le ve recibiendo el grado de bachiller que le otorgaría Radio Sutatenza de las manos del entonces presidente Misael Pastrana Borrero y de su ministro de educación Luis Carlos Sarmiento Ángulo.

Un acto que seguramente le llenó de orgullo fue el que se llevó a cabo el 16 de diciembre de 1975. La calle, los bares, la plaza, los parques y los prostíbulos dejarían de ser los receptores y difusores de las noticias locales y nacionales. La modernidad entra a los hogares: se inaugura Radio Lumbí. De nuevo uno de sus gestores es el adulto Joaquín.

Joaquín Paz inaugurando Radio Lumbí
Con el paso del tiempo aprendió que con su autodidactismo e inteligencia sus sueños podrían hacerse realidad. Viendo que con el paso del tiempo las líneas de sabores de bebidas iban en aumento y cómo de las gaseosas uva y manzana iniciales se pasaba a la naranja, a la lima-limón, al tamarindo, a la limonada, a la soda y al caramelo, pensó que con su universo de soñador podría crear su propio sabor. Aprendiendo los vericuetos de los sabores de la mano del químico empírico Saturnino Rubio se aventuró a crear uno de los sabores insignes que haría distintiva a gaseosas Glacial: la conocidísima y rica cremasoda Glacial. Nunca pensó en patentarla.

Aunque hay quienes creen que los títulos académicos colgados de las paredes de las oficinas o de los consultorios no hacen el oficio, el adulto Joaquín atribulado porque la ciencia había desahuciado a su hija de caminar emprendería él mismo en su soledad el estudio de la química del cerebro. Aunque no dejó apuntes qué fue lo que investigó lo cierto fue que, gracias al conocimiento que había construido, logró lo que los médicos no pudieron: desarrolla un tratamiento para que su hija recupere el caminar. La dicha de ver su hija caminando duraría poco. Una meningitis la postraría por el resto de sus días. Moriría a los 24 años.

Las décadas de los años ochenta y noventa del siglo XX, son décadas de sangre, narcotráfico, violencia, bombas, guerrillas y paramilitares. La ética y la moral de los individuos que se dicen llamarse a sí mismos dizque, “gente de bien”, se postran ante el dinero fácil. Colombia, dicen los entendidos, es un Estado fallido. Pareciera que la empresa fuera inmune a la zozobra y al estercolero en que se encontraba el país. Pero el día menos pensado la empresa fue tocada por una sombra maligna que empezaría a empujarla poco a poco hacia un abismo sin fondo.

Como si la maldición hubiera llegado tocando las puertas de la empresa, esta aparece en 1984 cargando a las espaldas a un sujeto apodado “El Cenizo”. Llega como hijo y de la mano de uno de los socios. En 1991 algunos socios sucumben al poder del dinero vendiendo sus acciones. En 1993 la empresa está bajo el manto de un solo dueño. “El Cenizo es “amo” y “señor”.  Los años de gloria, de reconocimientos y de éxitos empezarían a ser cosa del pasado. La empresa se convierte en una caricatura irreconocible.

El golpe que deja grogui a la empresa lo da Coca-Cola en 1996. A Glacial le quitan la potestad de seguir embotellando la “Chispa de la Vida”. Durante los años siguientes un pleito entre el único socio apodado “El Cenizo”, Coca-Cola y los trabajadores terminaría a favor de Coca-Cola y los trabajadores. Al no obligar a Coca-Cola a reconocer el pasivo pensional y con una empresa ilíquida y en quiebra, y sin cómo responderles a los trabajadores estos terminarían como sus únicos dueños.

La profecía del comunismo, de que los medios de producción (léase empresas, tierras, etc.) son de quienes se emplean por un salario se haría realidad. Cierto es, que en Mariquita, ese experimento sería un desastre de proporciones diluvianas. La empresa en vez de salir adelante de las manos de los obreros terminó moribunda, en cuidados intensivos. Por muchos años la empresa Glacial estuvo agonizando. Así como el ave fénix que renace de las cenizas, otros dueños   la echaron a volar que, como paloma mensajera, llevaba la noticia de que una nueva empresa había nacido.

Don Joaquín no alcanzó a ver la caída en picada de Glacial. Pero sí estando ya setentón el destino le había dicho que no tenía por qué ser testigo de la catástrofe de la empresa. Sin embargo, sí alcanzó a intuir lo que se avecinaba. Cuatro años después de haber hecho aparición  “El Cenizo”, es decir, en 1988, una Junta de socios reunida en la ciudad de Pasto (Nariño)  para dar cuenta de los malos manejos que se estaban presentando en la sucursal de Glacial en esa ciudad le generó preocupación y disgusto. Seguramente lo que estaba aconteciendo iba en contra de su ética y de su moral.

Atrapado por la preocupación de lo que estaba pasando allá en Pasto llegó a Bogotá el viernes 21 de agosto en las horas de la noche. El aíre que arrojaba las hélices del avión hacía la noche más fría.  A su morada en Fusagasugá llegó atribulado. A la madrugada del sábado 22 de agosto de 1987 un infarto fulminante le segó la vida.

Juancho Halima, compadre de Joaquín, uno de sus hijos, y quien conoció en su juventud a Joaquín Arturo Paz MacCausland, dijo de él: “hombre inteligente y autodidacta por excelencia. Por eso hizo lo que hizo”. 

miércoles, agosto 30, 2017

“Lo han matado, lo ha matado”. Muerte del beato Pedro María Ramírez

Armando Moreno Sandoval

Tomado del libro: Sangre en el parque. La muerte del párroco Pedro María Ramírez. Armero 9 de abril de 1948, Ediciones Periódico El Puente, 2017, pp: 64-72

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En Armero (Tolima) alrededor de las 4:00 de la tarde del 10 de abril de 1948 la iglesia de San Lorenzo y el parque de Los Fundadores seguían sitiadas por la multitud.

El alcalde Evencio Martínez Bolívar resguardándose tras un árbol de almendrón pensó en la reunión que había tenido momentos antes con los “notables” del pueblo, pues de nada habían servido las estrategias que habían acordado para controlar los desmanes. Intuyó que en la calle 11, conocida como el pabellón del comercio, se estaba convirtiendo en un río humano ruidoso a punto de desbordarse.

Clímaco Galindo Iriarte, su secretario, había salido hacia el Almacén Chileno y desde allí escuchaba el ritmo del tiroteo. Observó cómo desde la entrañas de la iglesia un tumulto salía a volandas gritando:

    ¡rodeeen la manzanaaaaaaaaaa! ¡rodeeen la manzanaaaaaaaaaa! ¡busquemoooooooos a los conservaaaaaaaaaaaadores…!

Al llegar a la esquina del almacén de David Jassir, calle 11 con carrera 15, escuchó la detonación de dos disparos que ahogaba las voces que de nuevo pedían rodear la manzana.

Entretanto el boticario Aguirre que se hallaba en la calle 11, a unos cincuenta metros del almacén de David Jassir, le causó curiosidad al sentir que por espacio de unos diez minutos habían cesado las detonaciones y el tiroteo. Algunos murmuraban que se les había acabado la munición a quienes estaban en la iglesia. Al dirigir la mirada hacia el parque alcanzó a percibir que casi a mitad de la cuadra, de la puerta del restaurante de la familia Torres el párroco Pedro María Ramírez salía en actitud pasiva, con los brazos caídos, la cabeza agachada, con un caminar despacioso y como si le fuere indiferente lo que estaba aconteciendo.

El boticario Aguirre no pudo identificar quién lo llevaba. Otros dijeron que salió escoltado por dos individuos. No faltaron quienes dijeron haberlo visto salir y andar solo hasta el parque.

El secretario del Juzgado del Trabajo, Trino Díaz Díaz, aseguró que quien lo llevaba hacia el parque  era Camilo Leal Bocanegra conocido como Mano ñeque. Describió que lo llevaba agarrado del brazo derecho y que de su mano derecha colgaba un machete al descubierto.

Un gentío blandiendo los machetes fue al encuentro del párroco. Lo rodearon y le dijeron toda clase de improperios. El párroco agitó sus brazos pidiendo tranquilidad y calma. La algarabía y el griterío eran ensordecedores. Mientras tanto, el filo de los machetes cortaba el viento tenue de la tarde.

El círculo que lo rodeó avanzó acompasado con el andar del párroco. Al llegar a la segunda puerta
Croquis
Cortesía: Biblioteca Rafael Parga Cortes
 de la Universidad del Tolima
donde prácticamente terminaba el restaurante de los Torres, el boticario Aguirre alcanzó a escuchar una voz que desde la esquina del parque gritaba:

— “¡vieneeeeeeee el cura, cojánlooooooo!”— El gentío seguía blandiendo los machetes.

    Curaaaaa hijo de putaaaaaaa…!”—, escuchó el boticario que le gritaban en coro desde el parque.

Los machetes, los pedazos de madera y los brazos en alto impedían ver al párroco.
Brazos salidos de las entrañas de la multitud se encargaron de llevarlo hasta el almacén de David Jassir. Poco antes de llegar al almacén el gentío aumentó en número. Llegó con los brazos en alto. En medio de las voces acaloradas alcanzó a decir:

    Estoy con Uds. hermanos míos”.

Cuatro brazos le rodeaban la cintura. Observó que la multitud apostada en el parque estaba enfurecida. La inmensa mayoría estaba armada. Sus machetes sin cubiertas resplandecían desafiantes en el ocaso de la tarde. Miró alrededor del parque. Al girar el cuerpo hacia la iglesia y la casa cural, escuchó una voz increpándole:

— “Padre, con que usted quería acabar con toda esa humanidad”.

Era el comerciante Martín Chaparro Herrera quien al verlo venir había pensado que lo llevaban para la cárcel. El párroco en medio del griterío le contestó:

—“Yo soy inocente de todo”.

Replicándole le dijo:

—“Vi salir mucha bala y bombas de la iglesia”.

Sin detenerse el párroco movió los labios diciéndole:

—“Perdóname, soy inocente”.

—“Está muy bien padre, que le vaya muy bien”, respondió el comerciante dejándolo con una mirada que se perdía en el horizonte.

Párroco Pedro María Ramírez
Trino Díaz, secretario del Juzgado del Trabajo, observó cuando la multitud en una actitud amenazante, blandiendo sus machetes al aire, rodeó de nuevo al sacerdote. Previendo un posible peligro se enfrentó a la multitud con la única arma que tenía: las palabras. Les gritó en varias ocasiones que se fijaran que era un sacerdote. También les dijo:

—“Por favor, no lo ultrajen”.

Cuando intentó de nuevo llamar la atención escuchó que a sus espaldas una voz en tono bajo lo increpaba:

—“…estos hijos de puta godos son los primeros en estar jodiendo”.

Al pensar que su vida podía correr peligro, optó por el silencio.

El comerciante Martín Chaparro Herrera que seguía expectante de lo que estaba ocurriendo diría que, de un momento a otro, y en un cerrar de ojos, la multitud arremolinada se abalanzó sobre el cuerpo del párroco.

Se formó una tremolina sobre él y le daban empujones y plan con machetes y peinillas.

Un hombre de mediana estatura, desdentado,  malacaroso  y sucio sujetó al párroco por el brazo izquierdo. Pero un empellón de un hombre grandulón de tez morena le quitó al párroco lanzándolo hacia  al centro del cruce de la carrera 11 con la calle del parque.

El comerciante Chaparro Herrera se hallaba escasamente a diez metros del párroco Ramírez. Fue testigo del ultraje de la voz que en medio del griterío le arrió la madre diciéndole:

—“…maten a ese hijo de puta”.

Incrédulo de lo que escuchaba y veía, la perplejidad lo obnubiló al ver a su vecino de más de diez años, Alonso Cruz Ayala, vendedor de yucas y hacedor de atarrayas, acatar la orden: “maten a ese hijo de puta”. Lo vio abrirse a codazos entre el tumulto. Un frío le recorrió por el cuerpo al verlo levantar el machete y tirarle por detrás a la cabeza del párroco

     Pero lo cierto fue que de ese golpe el cura se fue al suelo. El cura no se había caído de los demás golpes que le daban. Lo vi perfectamente”.

Tras el planazo propinado por el hacedor de atarrayas la multitud siguió tras el párroco. Lo empujaban al grito de “¡cura godo!”. Trastabillaba en su andar. Al querer enderezar el cuerpo, el plan de un machete dibujó una parábola que terminó estrellándose en la espalda. Un coro de voces inconforme con los planazos a gritos decía.

    “¡Denle por el filo a ese cura hijo de puta!”.

El parque de Los Fundadores, la calle 11 y la
torre de la iglesia San Lorenzo
Cuando las voces se desvanecieron, unos segundos de silencio recorrieron el cruce de las calles. El párroco estaba por llegar a la esquina del parque. Un grupo iracundo apostado en la esquina del parque salió  a su encuentro. Entretanto, confundido entre la multitud, un hombre de unos 29 años de edad, más o menos, bajito, delgado y caridelgadito animaba el coro de voces pidiendo:

—“¡Denle por el filo a ese cura hijo de puta!”.

Acatando la orden, el filo del machete salió volando del grupo que iba tras él llevándolo a empellones. El albañil Octavio Munévar estaba a escasos ocho metros:

—“Vi que el primer machetazo se lo pegó un albañil de apellido [José Yesid] Chavarro. La parte del cuerpo que recibió el primer machetazo fue al pie de la oreja izquierda”.

El filo había rozado el lado izquierdo del occipital cortando la oreja del párroco. Las gafas rodaron por el pavimento. Al intentar alzarlas,  los brazos de la multitud, de nuevo, lo empujaron hacia la esquina del parque. La sangre a borbollones resbalaba por su cuerpo. Una estela de pozos de sangre empezaba a dibujar el camino de un andar lento y pesado.

Nicolás Izquierdo Cortés presenció la llegada del párroco a la esquina del parque. Lo vio llegar tres pasos por delante del grupo que lo escoltaba. Trepado en una de las bancas del parque pudo ver cómo se protegía con las manos de los garrotazos que le asestaban con pedazos de leños los brazos enfurecidos. Le alcanzó a escuchar cuando les dijo al grupo que se hallaba en el andén del parque:

— “Perdón…”.

No habían transcurrido cuatro minutos cuando el grupo al cual le había concedido el perdón se  le abalanzó con varillas y machetes. Pero al poner el pie sobre el andén del parque un hombre de piel morena, alto, delgadón, vestido de pantalón negro y sin sombrero, levantaba su brazo derecho por el aire asestándole un segundo machetazo. Mientras yacía bocabajo un fuerte vozarrón salido de las entrañas de la multitud decía entre rabia y venganza:

    Déjelo que sufra despacio ese hijo de puta, que las está pagando

Otro grupo que estaba expectante se le abalanzó; demasiadas caras con machete en mano le tiraban al párroco. El tumulto les impidió a los agentes de policía ver si era por el filo o por el plan.

El agente Carlos Arturo Rozo se acercó al tumulto diciendo  “cuidado con el párroco”. Nadie lo escuchó.

—“Cual más se le abalanzaba encima de él”— diría el agente Rozo.

El albañil Octavio Munévar aseveró no haber visto a nadie meterse a impedir que le pegaran al párroco.

Un comerciante antioqueño llegado del municipio de Andes, Horacio Ochoa Uribe, que  vio llevar a empujones al párroco hasta el borde del parque, fue testigo cuando el gentío corría diciendo a todo pulmón:

—“¡Mátenlooooooooo…! ¡Mátenloooooooo!”.

Cortesía: Instituto Pedro María Ramírez. La Plata (Huila)
Según el comerciante, no estaba cerca, pero desde el lugar donde se hallaba escuchaba perfectamente.

Munévar aseguró que cuando se estaba quejando del segundo machetazo, y en el mismo instante que la muchedumbre gritaba ¡Mátenloooooo!, y después de un intervalo de 5 minutos, Arturo Giraldo, ayudante de carros y por sobrenombre El Loco, se le abalanzó con el machete. El filo cortó el aire en dirección a la cabeza del párroco. El secretario de la alcaldía que seguía atento a los hechos pudo ver el filo del machete incrustarse en el cráneo del párroco.

Tras el tercer machetazo otro grito de venganza retumbó entre los árboles del parque:

—“Denle que así  era que lo queríamos ver morir”.

Al desgonzarse el párroco, Trino Díaz, secretario del Juzgado del Trabajo, se llevó las manos a la cara mirando entre los dedos. Luego hizo un gesto de estupefacción. Impresionado de lo que acaba de ver le dio la espalda a la multitud. Huyó. Al encontrarse solo contuvo la respiración por un momento. 

Luego respiró profundamente y sin darse cuenta quién podría estar escuchándolo, entre sollozos y rabia, dijo:

—“Por Dios yo no sirvo para mirar esa clase de asesinatos, favorézcanos Virgen santísima”.

Inconforme con la actitud que asumía, el agente Rozo se abrió paso entre la multitud. Cuando logró llegar hasta el párroco vio que estaba en el suelo expirando.

—“Alcancé a ver una herida en el cerebro y botaba mucha sangre”— diría el agente.

Otro policía que llegó fue Carlos Alberto Valencia. Esa tarde estaba de guardia en la desmotadora por orden del comandante del cuartel. Al escuchar los disparos, supuso que venían por los lados del parque. Eran pasadas las 4:00 de la tarde. En compañía del agente Pedro N. Hernández hizo su arribo al parque por la esquina de la alcaldía. Llegaron jadeando. Gotas de sudor rodaban por sus mejillas. 
Al ver al párroco y el tumulto con machetes y escopetas  salieron corriendo con el fin de intervenir.

—“Fue inútil —diría Valencia— porque cuando llegué, ya encontré al señor cura agonizando”.

Al querer socorrerlo un hombre acuerpado con machete en mano le increpó con furia:

—“¡Detente!”.

Un segundo intento por socorrer al párroco vendría de los agentes Valencia y Rozo. Al intentarlo la muchedumbre se les cruzó mostrándoles el filo de los machetes.

—“No se metan si no quieren morir como murió ese pícaro”— dijo una voz.

El policía Desiderio Sánchez, quien tras un ataque verbal de un enfurecido llamándole inútil había preferido refugiarse en el Restaurante Chino, no soportó las afrentas al párroco. Corrió hacia el tumulto cuando vio al párroco cercado por un círculo.

—“Ese acontecimiento fue tan rápido que no tuve lugar o no me dieron lugar para evitar su muerte”—, diría luego como cargando un sentimiento de culpa.

Aunque el cuerpo del párroco yacía en el andén del parque, el tiroteo  y el estallido de las bombas no dejaban de cesar.

El cuerpo boca abajo del párroco, la mano estirada y la pierna encogida daba la sensación de que estaba muerto. Cuando alguien quiso preguntar lo que la gente suponía, un grupillo de hombres al trote sudorosos y descamisados coreaban en voz alta:

—“¡lo han matado… lo han matado!”.

viernes, junio 30, 2017

Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá, quizás su última carta: marzo 2 de 1577

Documento (transcripción): Armando Moreno Sandoval

1577, marzo, 2, Ríoseco. Nuevo Reyno de Granada. Carta de Gonzalo Jiménez de Quesada al Rey recordándole de los servicios prestados como conquistador.
Archivo General de Indias, Audiencia de Santa Fe, legajo 85





Católica Real Majestad

Yo he dado por mis cartas quenta algunas veces a Vuestra Majestad y a su real Consejo de
Yndias del estado de mis negocios  y gratificación que pretendo de mis servicios  y de la lastima
que Vuestra Majestad no debe permitir que me sería partir assi de esta vida ( de la qual partida
según mi hedad estoy bien cerca) sin que de mí quedase memoria del servicio que
a Vuestra Majestad hize quando descubrí, conquisté y poblé este Nuevo Reyno de Granada. Pues
Vuestra Majestad tan largamente gratificó a los dos marqueses del Valle y Pizarro. Sobre lo
qual va y envío personal particular en mi nombre a suplicado a Vuestra Majestad y a los de
su real Consejo de Yndias ya tomar resolución  en negocio que tanto me importa.
A Vuestra Majestad humildemente suplico se acuerde de estos servicios míos que las gentes
han tenido  por de alguna substancia  y que no tiene otra falta sino ser tan viejos,
y de ello yo tanto que no lo pueda ir a suplicallo en persona. Pero todo lo suple
averse hecho al mayor y más agradecido príncipe del mundo. Dios Nuestro Señor guarde
y prospere la Católica y real persona de Vuestra Majestad por muchos y felicísimos
años con el acrescentamiento de los Reynos y señoríos que sus humildes criados y
basallos rogamos a Dios y deseamos. De Rioseco en este Nuevo Reyno de Granada
a dos de marzo de 1577 años.

De Vuestra Carta y Real Majestad

Su humilde criado y vasallo
que sus reales pies y manos besa

El adelantado
don Gonzalo Jiménez de Quesada

Comentario

La carta está escrita en letra itálica, es de advertir que el cuerpo de la carta no corresponde con el final de la misma y la rubrica por parte de Jiménez de Quesada. Las abreviaturas son pocas Católica Real Majestad, Vuestra Majestad, Nuestro Señor, años. Los renglones y las palabras no superan lo ordenado, por tanto su secretario personal era un individuo conocedor de las ordenanzas de la época.
La carta la envía, según él, ya viejo y a la edad de 68 años. Jiménez de Quesada nace 1509  en Córdoba (España) y muere en Mariquita (Colombia) el 16 de febrero en 1579.

El facsímil fue facilitado por el autodidacta botánico mariquiteño José Orlando Velásquez

lunes, junio 05, 2017

Macondo: gigante y frondoso

La flora que no vio el sabio Mutis: Cavanillesia platanifolia

Armando Moreno Sandoval

Muchos creíamos que Macondo había sido una creación literaria del escritor y premio Nóbel Gabriel García Márquez. Él mismo cuenta que se la escuchó desde niño a su abuelo. Ya de adulto al pasar el tren por el portón principal de una finca bananera sus ojos se tropezarían con un letrero que decía: Macondo. Dice que le causó curiosidad su sonoridad y de ahí el por qué la tomó como suya haciéndola inmortal en su novela Cien años de soledad. Nunca se preocupó por su origen.

Árbol macondo de la serranía de Lumbí

Lo que no saben la mayoría de los colombianos es que en el norte del Tolima a una hora y media desde los municipios de Mariquita y Honda, en la parte sur de la serranía conocida como Lumbí, el naturalista y botánico autodidacta Orlando Velásquez, por allá por el año de 2007, caminando por entre los riachuelos pudo percatarse que el árbol gigantesco donde se abalanzaban los monos araguatos era el mismo que los “viejos” de antaño llamaban “tambor”. Pero más fue su sorpresa al ver que sus frutos de un tamaño gigante se parecían a otro fruto llamado carambolo y que sus semillas tenían el tamaño de una lenteja.

Tenía la certeza de que se trataba de una ceiba. Lo que no tenía claro era su especie. Como todo autodidacta husmeó entre sus libros de botánica y vaya sorpresa la que se llevó al enterarse que, en 1802, el científico Alejandro von Humboldt merodeando por los alrededores de Cartagena la había avistado clasificándola y registrándola con el nombre de Cavanillesia Platanifolia. Se enteró también que le había puesto Cavanillesia en honor al naturalista y botánico valenciano José Antonio de Cavanilles (1745-1804), quien había hecho los trámites ante la corona española para que el científico Alexander von Humboldt y su amante, el también científico Aimé Bonpland, pudiesen viajar, explorar y conocer las tierras ultramarinas del rey español.

Otra sorpresa que se llevó el autodidacta Velásquez fue al consultar el Diario del sabio Mutis. Si bien él no la clasificó, ni la describió, si dio cuenta de su existencia. Todo indica que cuando llegó a la costa caribe en 1760 y haciendo sus caminatas mañaneras en los alrededores del cerro de La Popa en Cartagena al ver sus ojos al gigantesco árbol, sin lugar a dudas, al preguntarle tal vez a un esclavo africano cómo lo llamaban, a la vez que se lo señalaba con el dedo, de su boca bemba tuvo que haberle salido el sonoro nombre de Macondo.
Árbol macondo de la serranía de Lumbí

Cómo así que macondo vocablo africano, pensaran con sorna los racistas y etnófobos. La compilación que hizo Katherine Ríos  sobre los diferentes significados de la palabra Macondo, nos dice que algunas se refieren a árboles, parajes, lugares y pueblos de África. En Mozambique un pueblo de origen Bantú es conocido como Macondo; el escoces David Livingston, médico y misionero, se entera de Macondo en su viaje en 1853 por Uganda y el sur de África. En Tanzania, existe una artesanía tradicional con diseños abstractos en madera llamada Makondo. En el idioma kikongo, mankondo quiere decir plátanos, y en el Atlas Lingüístico del Caro y Cuervo informa que Macondo en el departamento de Córdoba se usa como “plátano topocho”. Existe también un pez ornamental llamado makondo.

De todos modos el macondo tuvo que haberle quedado sonando en la mente al sabio Mutis. Tan así que no tuvo la molestia de clasificar y describir el árbol. Simplemente escribió el nombre en el Diario de campo con la idea de que después haría la tarea. Cierto es, que años después, ya estando dirigiendo la Expedición Botánica en Mariquita el gigantón macondo se le habría de pasar por alto.

Si el sabio Mutis fue olvidadizo con el macondo porque no lo vio en los alrededores de Mariquita y Honda valdría entonces preguntarse cómo fue que llegó a la serranía de Lumbí?

Quienes saben de embarcaciones nos dicen que del macondo se sacan las balsas y canoas para viajar por los ríos. Los arqueólogos no han encontrado vestigios precolombinos informándonos cómo eran los medios de transporte que los aborígenes usaban en los ríos antes de la llegada de los españoles. Lo que sí se sabe es que con la llegada de los esclavos africanos el paisaje de los ríos comenzaría a cambiar con las canoas, bergantines, balsas y champanes.

En las fuentes escritas del siglo XVI que indagué para mi libro Sociedad y Minería en la jurisdicción de Mariquita. Reales de minas de Las Lajas y Santa Ana: 1543-1651 (Ibagué: 2006) está claro que en la segunda mitad del siglo XVI ya había esclavos africanos en las minas de plata de Mariquita. Tampoco podemos olvidar que ya los usaban como bogas en el río Magdalena y uno que otro como sirvientes en las casas de los encomenderos españoles. Fueron ellos quienes navegando por el río Magdalena trajeron consigo las semillas del macondo y las esparcieron por los alrededores de Honda y Mariquita.

Seguramente la sobreexplotación y la tala discriminada acabaron con los sembradíos de macondo quedando algunos, por fortuna,  en la serranía de Lumbí.

Mono araguato
Entretanto, el macondo le había sido esquivo al autodidacta Velásquez. En el año 2010 recorriendo la serranía Lumbí en el sitio de Garabatos, por los lados de la quebrada Padilla, tropezaría con otro macondo. De nuevo los monos araguatos balanceándose en los frondosos brazos de la ceiba. Un gavilán con sus alas desplegadas le echaba el ojo a un araguato de pocos días de nacido. El autodidacta oteando el suelo, vio, además de semillas muertas, un arbolito macondo que se erguía en solitario. Tenía aproximadamente 15 cms de alto. Al pensar que podía trasplantarlo en la plaza principal de Mariquita sacó su peinilla, lo bloqueó, y lo trajo con el mayor sigilo hasta el solar de su casa. Lo cuidó hasta donde más pudo. Un verano intenso, de esos que está comenzando a padecer la humanidad por el cambio climático, mató al arbolito.

Hace pocos meses el autodidacta Velásquez haciendo memoria recordó a los macondos. Se preguntó qué sería de ellos. Preocupado por los macondos le pidió a sus amigos Gonzalo Téllez y Álvaro Herrera que fueran a la serranía de Lumbí y les tomaran fotos. Como si fuera un mandato marcharon hacia el sitio de Garabatos. Al regresar le informaron que haciendo una correría por los caños y riachuelos habían avistado otros dos macondos de buena altura y llenos de vida. Se gastaron tres horas en ir y volver.

Hasta la luz de hoy día han sido avistados cuatro macondos. Es posible que existan más. Si los hay parece que su futuro es incierto. La noticia mala que trajeron sus amigos generó congoja. Encontraron los trazos y las estacas clavadas de lo que será la nueva variante Honda-Ibagué. Puede ser mortal pues al bordear la nueva carretera la serranía de Lumbí ríos como el Padilla, al igual que caños y riachuelos, fauna y flora, serían en pocos años solo recuerdos.

El tigrillo, el venado, la cascabel y la talla equis, al igual que el gavilán ya no tendría que echarle el ojo a las crías de araguatos puesto que también desaparecían. En fin, el futuro de la serranía no es nada halagador. 

martes, abril 04, 2017

Abarco de río: corpulento y majestuoso

La flora que no vio el sabio Mutis: Cariniana pyriformis

Armando Moreno Sandoval

El Cariniana pyriformis de la familia de la Lecythidaceae  es un árbol corpulento, tiene tallo y altura. Es conocido como abarco de río y tiene su hábitat en centro américa y en el norte de Colombia.

Según los botánicos y naturalistas es un árbol que hace parte del Bosque Tropical Húmedo y tiene la particularidad que para sobrevivir necesita que sus raíces encuentren suelos húmedos. Esta es la explicación del por qué lo vemos rondando las cuencas de los ríos.

Es un árbol que necesita una temperatura entre 21 °C y 35 °C, una precipitación anual entre 2000 y 5000 mm, y una altitud entre 80 y 1600 metros sobre el nivel del mar. En Colombia además de la costa caribe se halla en el Casanare, el Orinoco y en algunos parajes del valle del río Magdalena.

Abarco de río
Es un árbol que alcanza una altura aproximada de 45 metros y un diámetro que a veces supera los 100 cms. Pero esta majestuosidad contrasta con otras particularidades del árbol que lo hacen, hoy en día, muy vulnerable. Para empezar su nacimiento no es como el de otros árboles. Pues para nacer, además de suelo húmedo, necesita buena luz y buen espacio, sin estas condiciones su semilla no brotará.

En un ambiente natural y por ser un árbol corpulento que requiere espacio, la naturaleza en su proceso evolutivo y selectivo ha decidido que no todas las semillas han de nacer. Como es un árbol que no forma colonias, pues se le ve solitario y aislado, se deduce que de todas las semillas que se esparcen solo podrá reproducirse una y solo una. Amén de que una vaca, un chivo, un burro o cualquier bestia humana devoren la plantita tierna y acabe con el ciclo de reproducción de la especie.

A lo anterior hay que añadírsele que su crecimiento es lento lo que lo hace que sea un candidato a morir prematuramente.

Aunque el sabio José Celestino Mutis al recorrer los bosques, ríos y valles que bordeaban los pequeños caseríos de Mariquita y Honda llegó a la conclusión —y lo dejó registrado en su diario de campo— que lo que veían sus ojos eran “bosques de galería”, es muy raro que con esta afirmación no haya visto el abarco de río.

Por qué este majestuoso árbol pasó desapercibido incluso para los ojos del botánico y naturalista Alexander Humboldt a su paso a finales de 1801 por Mariquita hacia las minas de Santa Ana?  

Para avistarlo tocó esperar hasta el año 2007. Sucedió que el naturalista y botánico Orlando Velásquez, haciendo un recorrido por el bosque de Mariquita, tratando de localizar a los mineros que horadaban las vegas de la quebrada El Peñón tuvo la dicha de tropezarse con el frondoso abarco de río.

Cómo es posible que tantos años recorriendo el bosque el abarco de río le haya sido esquivo a sus ojos, se preguntaba el botánico y naturalista Orlando Velásquez. Al tocar su fuste, y al observarlo detenidamente, una catarata de ideas le pasó por su mente. Preguntas iban y venían. Se preguntaba cómo era posible que el abarco de río hubiese sobrevivido a la tala sin control.

Aunque podría pensarse que su sobrevivencia pudiera haber obedecido a un plan de reforestación y tala para aprovechar su madera, la hipótesis en sí es muy débil. La cuestión es que el ejemplar que está en el bosque de Mariquita es el único que existe en todo el norte del Tolima. Desechada la hipótesis, la congoja le llegó a su existencia. Por las mejillas se le resbalaron unas cuantas gotas de lágrimas.

Abarco de río
Recostado sobre un barranco y lanzando volutas de humo pensó que, seguramente, si el sabio Mutis no lo vio, la explicación podría estar de que en la época que gobernaban los españoles, conocida como la Colonia, estos habían llevado una explotación desmesurada arrasando con la especie cuya madera había quedado incrustada en las columnas, puertas, ventanas y vigas de las casas, en los ataúdes de ricos y pobres, en los baúles, en las galerías de las minas de plata, en los carromatos de los esclavos, en las culatas de las escopetas, en los cabos de los cuchillos, en los pilones para macerar las espigas de arroz, en los trapiches de caña de azúcar, etc., etc., o, por qué no en las cocinas de cualesquier blanco, negro, mulato, mestizo o indígena.

Con las lágrimas bordeando las comisuras de los labios calculó que podría tener unos 30 metros de altura. Al pensar en la edad del árbol recordó los manuales de dendrología. Con su copa aparasolada y sus ramas extendidas como si fuera una ceiba lo observó con detenimiento y dedujo que podría tener 150 cms de abarcadura. Lo que lo llevó a pensar que si los árboles maderables aumenta de grosor 5 milímetros por año, o sea, 0.5 cms, el abarco de río del bosque de Mariquita perfectamente podría tener 300 años. Lo que lo llevo a deducir que para la época del sabio Mutis era un arbolito demasiado joven y que quizás esa fuese la razón del por qué el sabio no lo vio.

Si bien el abarco de río es una especie nativa que, como se dijo antes, es de la zona tórrida, la calidad de su madera lo ha llevado a que esté en vía de extinción. Aunque su madera tiene diversas utilidades, como, por ejemplo, hacer tacones para los zapatos, en Colombia sus hojas sirven como forraje para alimentar el ganado estabulado.

Sorprende que los habitantes de Mariquita desconozcan que en el bosque de Mariquita existe un único ejemplar que, por cosas del destino, aún sigue con vida. No obstante su futuro es incierto.

Un individuo llamado Juan Carlos Acero, y que los mariquiteños lo hicieron alcalde, tuvo la “sabiduría” con la venía de Cortolima de  canalizar la quebrada El Peñón con cemento y que al volver añicos las peñas que bordeaban los meandros esta se secó. Hoy en día la quebrada es un cadáver putrefacto que, por culpa del exalcalde, alteró  el ecosistema del bosque.

Las consecuencias de esta alcaldada han sido catastróficas. El bosque ya no es el mismo, está moribundo. La fauna silvestre al igual que la naturaleza vegetal ha venido desapareciendo poco a poco. Es un futuro negro, el mismo que le espera al abarco de río.

Eso sin contar con el migrante necesitado de techo que ha visto en el bosque un refugio dando paso a solares y casas. 

miércoles, marzo 15, 2017

SOS por la naturaleza en Mariquita

Armando Moreno Sandoval

Parecería que a las generaciones actuales les fastidie el futuro del planeta tierra. Los científicos del mundo entero han llegado a la conclusión que, si no se toman medidas para mitigar el efecto de invernadero cuyo único responsable es el ser humano, el futuro de la tierra es incierto.

Es cierto que la naturaleza humana es tanática, es decir, una especie que sobrevive aniquilando no solo al otro, sino su propia nicho donde vive. Ninguna especie sobre la tierra ha sido más dañina que la especie humana. Los estudiosos de la especie humana han llegado a la conclusión que desde que la rama homo sapiens se instaló como la especie dominante sobre la tierra no ha dejado de destruir su hábitat.

Antropólogos culturales como Clifford Geertz que se han dedicado a estudiar la cultura han llegado a la conclusión que para que el ser humano haya cometido la salvajada de aniquilar el otro y destruir la naturaleza, obedece al hecho de que el ser humano dejó de ser naturaleza para convertirse en creador de cultura (entiéndase ciencia y tecnología). Macrohistoriadores como el judío Yuval Noah Harari va mucho más allá. El considera que el ser humano moderno no solo ha matado a Dios, sino que él mismo se ha convertido en Dios. Pues siendo Dios, invoca a Dios como una estratagema para aniquilar todo lo que se le atraviesa por delante.

La insensatez ha llevado a ciertos bárbaros a limpiarse el trasero con los estudios científicos sobre el cambio climático. O si no que le pregunten a Donald Trump y a su equipo de locos en Estados Unidos.

Por fortuna ya el mundo no depende de un país como sucedía hace años, ahora el poder se ha repartido por el mundo. Por tanto, el Mr. Trump no podrá imponer su agenda a su antojo. Los países del mundo, incluyendo Colombia, han afirmado que lo se firmó en París sobre el cambio climático no tiene vuelta atrás. El consenso mayoritario es que hay que salvar al planeta Tierra.

Si el grueso de las potencias industriales han de luchar por salvaguardar lo que hay de naturaleza sobre la tierra, debemos comenzar a mirar qué está pasando en nuestros entornos micros (los pueblos, las veredas, los ríos, las calles, los bosques, etc.)

Quien lea la obra de Medardo Rivas —“Los trabajadores de tierra caliente”— escrita a mediados del siglo XIX, podrán comprender que es poco lo queda del hermoso Bosque Tropical Seco a lo largo del Valle del Magdalena porque ha sido paulatinamente aniquilado a punta de machete y hacha. Destrucción del Bosque que arrancó desde el siglo XIX y que se acentuó en el siglo XX y que sigue en el XXI con el buldócer y la motosierra.  Para comprender lo dicho solo basta mirar las fotografías aéreas para cerciorarnos cómo lo verde poco a poco ha ido desapareciendo por culpa de los habitantes de los pueblos que arrasan con lo poco que queda de naturaleza.

Mariquita en los años 70 del siglo XX
 A diferencia de Honda, La Dorada, Armero-Guayabal o Lérida que sí cuidan sus árboles, hay un pueblo en el norte del Tolima donde sus habitantes se han ensañado con la flora y fauna de sus calles y solares de las casas, ese es Mariquita. Las fotografías aéreas que fueron tomadas hacen más de cuarenta años dan prueba de que Mariquita era un bosque. De la inmensidad de árboles que estaban en los solares de las casas y en sus calles no queda ni el recuerdo.

Mariquita en el siglo XXI
Otra fuente son los escritos que dejaron los viajeros sobre Mariquita. En esos relatos se lee que lo único que se veía era la torre de la iglesia. Los demás eran las copas de los árboles. Ese pasado paradisiaco se perdió. Lo que existe es una comunidad ignorante y salvaje que arrasa a punta de machete y hacha los pocos árboles que quedan. A cambio de ello los reemplazan por plastas de cemento o caedizos para afear los frentes de las casas.

Mariquita hoy en día es un infierno. El calor es sofocante tanto así que quema la piel, lo que explica que la gente cada vez tenga más cáncer. La gente se queja del calor infernal pero se niega a convivir con un árbol que da belleza, sombra, frescura, mitiga el dióxido de carbono y nos proporciona oxígeno. Pero lo más aberrante y chocante es que las autoridades municipales (alcalde, concejales, los encargados del medio ambiente) se hacen los de la vista gorda ante el atroz ecocidio.

Igualmente está pasando en las veredas y en los alrededores del pueblo. En las veredas hay quienes cuentan que las cañadas y cuencas hidrográficas se están muriendo. El campesino arrasa sin importarle que mañana va a necesitar del agua. Ni hablar de los bosques que también los están arrasando.

El campesino como el habitante urbano son destructores de la naturaleza. Un ejemplo, de los muchos
Árbol macheteado y espacio urbano visual contaminado
que se dan todos los días, pasó hace poco en Mariquita. Un árbol frondoso a mitad de la calle 8 entre carreras 4 y 5 fue macheteado sin consentimiento y sin que la autoridad ambiental dijera mu. El motivo es sencillo de explicar. El árbol tuvo que pagar por el robo de una casa vecina. Pero lo que molesta fue que en vez de derribar el caedizo y el alero de cemento que afea el espacio urbano prefirieron ensañarse con el árbol.

Quien ordenó destruir el árbol está convencido que con esa acción se van a acabar los robos. Es como el cuento aquel del marido cornudo, que habiendo sorprendido a su mujer con el amante en la sala para acabar con la infidelidad decide vender el sofá. 

En Mariquita quienes velaban por lo ambiental ya no tienen fuerzas para gritar basta! Así los jóvenes y los adolescentes tengan una conciencia ambiental, no obstante, preocupa que la generación vieja, la que tiene más de 30 años, se niegue a convivir con la naturaleza. Es posible que tengan una actitud egoísta  por la vida, tal vez han comprendido que la existencia humana  al ser corta, 75 años de promedio de vida, si la comparamos con una tortuga marina que puede vivir más de 250 años, hayan optado por destruir naturaleza sin importarles qué le pueden dejar a las generaciones venideras.

Ojala que el encargado del medio ambiente haga algo por esa Mariquita que le agradaba a quien la visitaba: sus calles anchas y arborizadas por doquier.