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sábado, junio 21, 2014

“La vida es como un río que da tumbos en la noche"

LIBARDO VARGAS CELEMIN

Profesor Titular
Universidad del Tolima
email: lcelemin@ut.edu.co

Escribió William Ospina en su última novela “La serpiente sin ojos”, y tal parece que la suya comenzó a golpearse contra las paredes de la incomprensión, el señalamiento y la crítica mordaz, luego de una vertiginosa carrera de reconocimientos, premios y homenajes por su trabajo ensayístico y ficcional. 

Gracias a su escritura poética se abrió paso en el medio intelectual y se convirtió en uno de los columnistas más leídos del país. Sus trabajos pasaron a ser material de reflexión en la cátedra universitaria, pero también en las aulas de la educación media. Eran una especie de amalgama poético - filosóficas que tocaban temas vivenciales del país. En ellas fustigó a las élites capitalinas por su desden contra el pueblo con metáforas contundentes; reconoció las potencialidades de la hibridez y el mestizaje étnico nuestro; clamó por oportunidades para los excluidos y fue generando una corriente que miraba en forma distinta el entorno y descubría las riquezas del paisaje para exaltar la lucha en favor de los recursos naturales.

Reconozco que Ospina, al igual que el narrador de “Ursúa” me sedujo “como un hechicero y tiempo después comprendí que su voz era el soplo de la serpiente que me llamaba a su lomo”, el hechizo ha funcionado y he tenido la oportunidad de dialogar con William, participar en algunas tertulias; asistir a sus conferencias; escribir sobre su obra y hasta componer la letra de una cantata en su honor.

Por eso fue una gran sorpresa el encontrarme el pasado primero de junio con su lamentable columna, en la cual toma partido por el candidato del uribismo. No se trata de una actitud dogmática, pues más que la discrepancia ideológica y política, hay un elemento que me sabe a traición, a incoherencia, a argumento falaz para sustentar una adhesión personal, que respeto, pero que resulta frágil y acomodada.

Veamos un solo ejemplo: dice Ospina en su columna que Zuluaga “es el menor de los males. ¿Por qué? Yo lo resumiría diciendo que el uribismo es responsable de muchas cosas malas que le han pasado a Colombia en los últimos 20 años, pero el santismo es responsable de todas las cosas malas que le han pasado a Colombia en los últimos cien años”. Se le olvida a Ospina lo que dijo hace poco en su libro “Pa que se acabe la vaina” , refiriéndose al mismo tema: “Colombia ya no está bajo el control de la vieja élite”.

Finalmente seguiré leyendo la poesía y la ficción de William con el mismo entusiasmo como leo a Borges, a pesar del elogio a Pinochet, pero sus opiniones políticas las recibiré a beneficio de inventario.

martes, junio 17, 2014

El lenguaje: el mayor equívoco de Santos

Armando Moreno

El triunfo del presidente Santos no fue contundente. Hay quienes creen que sí Santos no hubiese ganado la reelección la culpa era de él por no haber sabido vender lo que estaba haciendo el equipo negociador en La Habana con las FARC.

Aunque lo anterior puede ser cierto, mi tesis tiene que ver con el lenguaje, la ausencia de un uso correcto del lenguaje. Algunos investigadores del lenguaje han sostenido que uno de los problemas que tienen los colombianos es que, a pesar de que hablan un mismo idioma, nunca se ponen de acuerdo. Cada quien tiene su propio diccionario y cada quien entiende a su manera lo que el otro quiso decir. Las acepciones son tantas que no es necesario que hablemos diferentes idiomas pues el español de los colombianos es confuso y muy parecido a la bíblica Torre de Babel.

El hecho de que no nos comprendamos tiene una explicación: los filósofos del lenguaje han desmontado la teoría de que la realidad no es la que construye el lenguaje, sino el lenguaje es la que construye la realidad. Si ello es así, esta es la razón por la cual cada colombiano construye su propia realidad. Y se pudo percibir en estas elecciones presidenciales.

Santos que no entiende ni pío de lo que dicen los investigadores del lenguaje optó por la palabreja paz cuyo significado tradicional histórico es la ausencia del conflicto. También, la paz, es una palabreja que tiene una representación simbólica cuyo símbolo más visual es la paloma con una rama de olivo en el pico.

Aunque Colombia ha usado la palabra paz y el símbolo desde cuando por primera vez quisieron hablar con las FARC del conflicto armado, es muy posible que en este siglo XXI el significado y el símbolo estén desgastados. El talón de Aquiles de Santos no está en que la gente no le guste la paz, lo que no calculó Santos es que el símbolo y su palabreja —paz— podía ser cuestionada por quienes querían —y quieren— aguarle la fiesta de la paz.

La historia de Colombia podría ayudar a comprender lo que quiero explicar con el lenguaje.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX el país libró una confrontación armada que se llamó La Guerra de los Mil Días. Al cabo de tres años (1899-1902) de estar echándose balas y machete, los dos bandos en conflicto —liberales y conservadores— tuvieron la sensatez de decir que no podrían haber vencidos, ni vencedores. Hubo un acuerdo entre los dos bandos y la Guerra de los Mil días se acabó.

Pero la palabreja que se usó en ese entonces para acabar con el conflicto armado no fue la de la paz. La palabra que se usó, y que es muy práctica y dice mucho, pues remite a una realidad concreta fue la del armisticio.

Es muy posible que los asesores de Santos aún no se han percatado que esa palabreja, paz, que dice mucho y no dice nada, es la que está causando tantos dolores de cabeza. Tan así que por esa palabreja, paz, casi pierde la reelección.

Paz es una palabreja tan resbaladiza y confusa que la gente terminó dándole otros significados como el de decir que la paz no siempre está asociada al conflicto armado. Y la gente tiene la razón. Santos al no haber consultado el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
(RAE) no se dio por enterado que la paz en una de sus acepciones, significa: "Situación y relación mutua de quienes no están en guerra".

Es muy posible que esta acepción de paz es la que la gente tomó prestada y es lo que explica que la paz de Santos le haya importado un pepino y que la gente haya votado el pasado 15 de junio por el candidato que cuestionó la paz.

El uso de una palabra que no era la más indicada para designar algo llevó al saber popular a pensar que la paz no era lo que Santos quería venderle. Y esto fue lo que supo explotar muy bien la campaña de Zuluaga. Pues para este candidato la paz no se podía reducir a un simple cese del fuego, intercambio de rifles o de machetes.

Armisticio, que fue la que se usó para terminar con La Guerra de los Mil Días, es una palabra que no da para vacilaciones y se remite a un realidad concreta tal como lo dicen los filósofos del lenguaje. Si hubiesen consultado el diccionario se hubieran enterado que la palabra armisticio era la más indicada para tratar el conflicto armado con las FARC ya que, según el RAE, significa: "Suspensión de hostilidades pactada entre pueblos o ejércitos beligerantes".

El uso de un buen lenguaje no es ningún chiste. Zuluaga y Uribe que se conectaron mejor con el pueblo ganó en 612 municipios de los 1100 municipios que tiene el país; y en la mitad de los municipios tuvo la mitad más uno de los votos. De los 32 departamentos ganó en 14, y en la mayoría de ellos con una holgada votación. También ganó en las 14 ciudades que tienen más de 100 mil votos potenciales.

Los casi siete millones de votos que sacó Zuluaga, seguramente los hará valer el día que el gobierno de Santos tenga que someter a referéndum lo que acordaron con las FARC en La Habana.

Con toda seguridad que el lenguaje va a jugar un papel importante en el triunfo o en la derrota del referéndum. Y Santos ya está avisado.

viernes, abril 04, 2014

Un país pudriéndose a pedazos

Editorial

El Puente, Año 15, No 160, Marzo de 2014

El Tolima se quedó sin representación en el senado. Los políticos que se la jugaron pensando que el departamento podía catapultarlos con un escaño quedaron con los crespos hechos porque hicieron mal los cálculos.

Hay quienes creen que el norte del Tolima es desagradecido con los políticos de su tierra. Esta afirmación merece más análisis que pasión. El senado, para empezar, tiene un carácter nacional y soñar que solo la tierrita de su corazón puede ayudarlos, es caer en la ingenuidad y en la miseria de las ideas.
Si al norte del Tolima llegan candidatos de todos los pelambres, ello tiene una explicación. El norte del Tolima es tierra de inmigrantes y esa cualidad hace libre al ciudadano a la hora de votar. Es lo que explica la cantidad de candidatos de todos los rincones de Colombia.

Pero la realidad electoral da otra explicación. De un total de 994.905 sufragantes que tiene el Tolima, el norte solo ofrece 197.263 (19.82%). El grueso de los votantes está en el centro y sur del departamento. En sí el norte del Tolima no es atractivo electoralmente, su potencial de sufragantes es una pichurria.

Un análisis más detallado de las elecciones del 9 de marzo indica que el electorado está cansado de las promesas de los políticos. De un potencial electoral de 197.263, solo 68.425 (34.68%) fueron votos válidos.

En contraste con esos votos válidos están los votos blancos, nulos y no marcados que alcanzó la suma de 18.786 (9.56%) votos. A eso descontento necesariamente hay que sumarle la abstención que fue del 55.78%, es decir, 110.052 individuos que prefirieron darle la espalda a los políticos.

Las explicaciones del por qué la tierrita tolimense no acompañó a sus coterráneos al senado son variadísimas y todas pueden tener parte de razón. No obstante, la única verdad, y lo demuestran las cifras, fue que la gente se hastió de la clase política.

Hay quienes plantean que las votaciones para el senado son diferentes a las de cámara. La tesis más común es la de que la gente vota más. Pero la estadística electoral desmiente la regla. Fue tanta la desidia del norteño tolimense hacia el senado que su votación, si se compara con la de la cámara, fue de un máximo rechazo.

Mientras para la cámara los votos blancos, nulos y no marcados alcanzaron la cifra de 16.904 votos, para el senado fue 18.786 votos. Igual pasó con los votos válidos. De 71.358 votos que obtuvo la cámara, el senado solo obtuvo 68.425 votos.

Los grandes perdedores de estas elecciones fueron el Partido de la U del presidente Santos y el Centro Democrático Mano Firme Corazón Grande de Uribe. De 52.013 votos que obtuvieron Santos y Uribe en el 2010, esta vez, sumadas las votaciones de sus partidos, solo obtuvieron 29.461 votos.

Si quienes triunfaron en las pasadas elecciones fueron el voto blanco, nulo, no marcado y los abstencionistas, es de señalar que la maquinaria del poder y de la corrupción no se detiene. Desgraciadamente en Colombia no se ha podido forjar un partido democrático que sea capaz de aglutinar a los colombianos hartos e inconformes. Por desgracia, existe una minoría electorera que legaliza ante la ley a una clase política que, además de corrupta, es incapaz de resolver los problemas del país.

Cierto es que el país político quedó inconforme. Ni la manguala de la mermelada encabezada por el presidente Santos sacó lo votos que decían iban a sacar, ni Uribe fue arrollador como decían sus más fieles escuderos como un tal Pacho Santos que decía sacar 40 curules. También le fue mal a la izquierda que en vez de avanzar sigue perdiendo credibilidad en un electorado que cada vez cree menos en ella. Ni que decir del movimiento religioso MIRA con sus áulicos que creen que la felicidad está en el cielo; tampoco se quedan atrás los indígenas y las negritudes que, así duela, en corrupción no hay quien los iguale. El país político es una venérea, no hay con quién.

La triste realidad es que esta Colombia se sigue pudriendo a pedazos. Lo único que triunfó fue la corrupción rampante. Al congreso siguió llegando el hampa de cuello blanco y perfumado que representa a lo más degradado de la sociedad: paracos, matones, ladrones, narcos, dueños de casas chanceras, contratistas y un largo etcétera que dan ganas de vomitar.

Es lo que explica que tanto los herederos de la parapolítica como los hijos de las nuevas mafias hayan alcanzado la no despreciable representación de 70 curules en el congreso.



Políticos deslegitimados

Armando Moreno

El Puente, Honda, Año 15, No. 160. Marzo de 2014

Las pasadas elecciones al congreso de la república las ganaron por un amplio margen el voto no marcado, nulo, blanco y la abstención. Esta realidad no la quiere reconocer ni el sector político, ni los grandes medios como El Tiempo, El Espectador, Caracol Radio y otros. Aunque estos medios se alinean con el poder para desinformar, no obstante, las clases subalternas generan una contracultura política que les permite liberarse poco a poco de quienes quieren oprimirlas.

Un análisis desapasionado de lo que pasó en el Tolima y el Norte del Tolima con la Cámara de Representantes confirma lo que he planteado.

El departamento del Tolima tiene un potencial de 994.905 sufragantes. De ese total solo 462.092 (44.64%) votaron. Existe otra cifra que merece una lectura diferente. Y son los 553.706 individuos que prefirieron no darle el voto a nadie. Unos se expresaron a través del voto nulo, blanco y no marcado que suma 95.205 (20.59%). El resto, 437.608 (32.97%) fueron los abstencionistas.

Estas cifras lo que demuestra es un desprecio de los tolimenses por la clase política.

Si lo anterior sucedió a nivel departamental en las regiones sucedió algo igual o peor. De los 197.263 votos potenciales que tiene el norte del Tolima —Ambalema, Anzoategui, Armero-Guayabal, Casabianca, Falán, Fresno, Herveo, Honda, Lérida, Líbano, Mariquita, Murillo, Palocabildo, Santa Isabel, Venadillo y Villahermosa— solo 71.358 (36.17%) fueron votos válidos.

El resto, y que no sirvieron para elegir a nadie, fueron los votos nulos, blancos y no marcados que suman 16.904 (8.56%). Si a esta cifra se le suma la abstención, 109.001 (55.25%), veremos que los ciudadanos del norte del Tolima en vez de votar optaron por no acercarse a las urnas.

Si los grandes ganadores fueron la abstención, los votos nulos, blancos y no marcados, los grandes perdedores de la pasada contienda electoral del 9 de marzo fueron, sin lugar a dudas, la mermelada del presidente Santos y Álvaro Uribe Vélez y su Centro Democrático Mano Firme Corazón Grande.

En las elecciones presidenciales del año 2010, siendo candidato el actual presidente Juan Manuel Santos, en la primera vuelta presidencial el Partido de la U sacó en el norte del Tolima la no despreciable suma de 52.013 votos. Esta vez, sumados los votos de Santos y de Uribe, casi no llegan ni a la mitad.

Quien lo creyera pero la maquinaria mejor aceitada fue el Partido Conservador con 17.460 votos. Tras el está el Partido de la U con 16.831 seguido del Partido Liberal con 10.414 y por último la Mano Firme y el Corazón Grande de Uribe con 7.759 votos. Pero lo más triste que les pudo haber pasado a los seguidores de Uribe es que en ese año del 2010, un municipio como Mariquita, puso una votación mayor que la que sacó esta vez en todo el norte del Tolima: 8.259 votos.

Si contrastamos la votaciones del 2010 con las del 2014, el desplome de Uribe no solo se dio en Mariquita que de 8.259 pasó a 1.229 votos. El Líbano que puso 7.261 votos esta vez le votaron 1.928. Y en el Fresno de 6.755 pasaría a 1.372. Pero la caída más estrepitosa la tuvo en Honda. De 5.944 cayó a 468 votos. Y así sucesivamente con los demás municipios.

El desprecio de los colombianos por los políticos, no es como nos lo quiere hacer creer el registrador nacional. Él cree que el voto nulo, blanco o no marcado es porque los colombianos son analfabetos políticos. Tan así que ha pensado en malbaratar unos miles de millones de pesos en hacer un estudio para que le diga por qué los colombianos no votan bien.

Está demostrado que esta vez perdió el país político. Pues a nivel nacional el voto en blanco, nulo y no marcado alcanzó una cifra record de aproximadamente tres millones. Ni hablar de la abstención que alcanzó una cifra abultada jamás vista en la historia reciente de Colombia. Por el nuevo congreso que se posesionará el próximo 20 de julio solo votó el 33% de los casi 37 millones de personas aptas para votar. A la conclusión que se puede llegar es que este congreso que salió elegido para el periodo 2014-2018, es un congreso que no tiene el respaldo del pueblo.

Es decir, que en Colombia tanto el congreso como los políticos están deslegitimados. Aunque han ganado con una minoría de votantes que los legitima legalmente, no quiere decir que son la representación del pueblo. El triunfo no siempre es el de los vencedores. Esta vez el triunfo es de los vencidos, de todos aquellos y aquellas que con decoro y decencia prefirieron el voto nulo, no marcado, blanco y de quienes se abstuvieron de votar.


El triunfo de los futuros congresistas fue agridulce y falso. Lo que Colombia necesita es una Asamblea Constituyente para barajar un nuevo Estado colombiano.

La plaga maldita que la tierra parió

Armando Moreno

Editorial, El Puente, Honda, Año 15, No 159, febrero de 2014

El próximo 9 de marzo los colombianos elegirán un nuevo congreso por cuatro años. Ha sido tanta la desfachatez y la sinvergüencería de estos señores que una buena cantidad de ellos están presos. Los motivos los conoce la gente de sobra: corrupción, parapolítica y un largo etc.

Decir que este congreso que expira el próximo 20 de julio ha sido en la historia de Colombia el más desprestigiado es caer en el autoengaño. Acaso, preguntamos, es que ha existido alguno digno. El congreso de Colombia es la marimonda, el embeleco.

La gran mayoría de estos señores del Congreso, que se ganan el sueldo a costa del sudor de la gente que trabaja y paga impuestos, solo saben cobrar, o, en el peor de los casos, llegan allí para jalarle al carrusel de las pensiones. Cuando la mayoría de los colombianos tienen que trabajar más de 20 años para obtener una miserable pensión de menos de dos salarios mínimos, los mal llamados “padres de la patria”, con una "palomita" de unos cuantos meses, obtienen una mega pensión que por lo general ronda los casi 13 millones de pesos.

Ni hablar de su ausentismo rampante y su ineptitud en el trabajo legislativo. Les vale un pito los problemas del país y de la sociedad.

Seguir quejándonos no tiene sentido sí quienes eligen siguen votando por el más inepto, por el más corrupto. La desgracia de esta sociedad colombiana es que el ciudadano del montón el día de las elecciones vota mal y quiere que al día siguiente se gobierne bien. Así no se puede Colombia. No se puede seguir votando pensando en los “favores”.

Este panorama deplorable es el que se ve por estos días en las ciudades grandes y chicas de Colombia.
Otra desgracia de Colombia es que su sociedad aun no le pide cuentas a quien con su voto ayudó a elegirlo. La sociedad no ha entendido que el político es aquel que representa a la sociedad y como tal debe rendir cuentas. Si el ciudadano común y corriente no hace esta pedagogía consigo mismo será poco probable que este país cambie.

Ha sido tan grande la equivocación al votar que un ejercicio simple y llano es preguntarnos qué hicieron quiénes vinieron hace cuatro años a recoger votos y a vender ilusiones. Hace cuatro años se pasearon por estas tierras del Norte del Tolima prometiendo que si llegaban al congreso trabajarían por su tierra.

Vasta consultar las bases de datos de las entidades del gobierno para darnos cuenta que en el norte del Tolima no existen carreteras, sino trochas. Los hospitales públicos están dotados a medias; los centros educativos unos están cayéndose y, otros, están inconclusos. En fin, el departamento se caracteriza por pelear los últimos lugares en salud, educación, infraestructura vial y otras necesidades insatisfechas, amén de la corrupción.

Si esto sucede a nivel departamental y nacional, a nivel internacional Colombia no le va tampoco bien. Siempre ocupa puestos pocos decorosos. No nos preguntemos en qué somos buenos. Nunca salimos bien parados en nada, a no ser que sea en trata de blancas, narcotráfico, secuestro, sicariato, ladronismo y todas las plagas malditas que la tierra ha parido.

Colombia seguirá por las mismas si el ciudadano acolita la corrupción y sigue votando por los mismos. Es una obligación de todo ciudadano que se pregunte qué hizo el senador  o el representante que él ayudó a elegir.

Hay que decirlo...! al Congreso llega gente de baja calaña, maleantes, golfos, rufianes, trúhanes, mangantes. Un congrego compuesto con esta clase de gente es un atentado a la razón, a la civilidad, al decoro. Colombia no tiene por qué seguir siendo presa de los corruptos y ladrones de cuello blanco y perfumado. La herencia politiquera de los Santofimios, Gómez Gallo, Garcías y Pompilios Avendaños aún sigue vivita. Sus compinches ahí están y quieren, o han ocupado, el espacio de ellos.

Es necesario que la gente comience a pensar en el futuro de Colombia.


Mariquita se hunde...

Armando Moreno

El Puente. Honda. Año 15, No 158, Enero/febrero 2014

En términos sociológicos la habladuría, el chisme y el rumor, si es sano, cumplen un papel esencial en la sociedad porque la hace fuerte. Alrededor de un chisme o de un rumor la sociedad se une. El chisme y el rumor son como bisagras, ayudan a mantener el tejido social.

Colombia hace unas décadas atrás tenía una sociedad alegre y con un humor verbal picante. Nadie ponía una queja. Pero de un tiempo para acá, al debilitarse el tejido social con todos los problemas sociales que tenemos, la gente se está volviendo intolerante, quisquillosa y rabiosa. Tan así que cualquier comentario, chisme o rumor es resuelto a bala, a golpes y, lo que es peor, con demandas ante la justicia.

Aunque este estado de intolerancia social se está apoderando de los pueblos, un ejemplo, es lo que está pasando en Mariquita. La gente se está preguntando por qué ya no se puede cuestionar, ni hablar, ni criticar. Por qué los aludidos se sienten agredidos y ultrajados. Desde cuándo el cuento que se está manchando la honra y el buen nombre.

En Mariquita, como en casi todos los pueblos, es tradición que la gente para el 31 de diciembre despida el año con muñecos de año viejo. Son muñecos que tienen una carga simbólica y lo que expresan es un llamado de atención que la sociedad quisiera remediar.

Uno de esos muñecos representaba a un policía forrado de billetes. El muñeco fue destruido por los agentes de policía que se sintieron ofendidos. Ese acto de destrucción más que anular el mensaje lo que hizo fue que la gente se preguntara por qué lo hicieron. Si la policía hubiese sido más tolerante el mensaje hubiese pasado a un segundo plano y la sociedad no hubiese entendido la destrucción del muñeco como un acto de censura.

El otro acto de censura vino del mismísimo alcalde Bohórquez. Él que debería dar ejemplo de tolerancia ordenó destruir el muñeco. ¿Por qué la delicadeza del alcalde? ¿Acaso no es funcionario público? ¿Por qué el enojo? Lo que la sociedad estaba expresando era un inconformismo que él como alcalde debería haber tomado nota en vez de comportarse como un calenturiento.

Si el alcalde le jala a la censura, sus funcionarios no se quedan atrás. La gente no está viendo con buenos ojos lo que un funcionario de la alcaldía le hizo al periodista Iván Vega de Radio Lumbí. A la gente no le ha gustado que el funcionario le haya puesto una querella por tener una posición crítica respecto a la administración de la alcaldía del señor Bohórquez. La gente interpreta la actuación del funcionario como un acto de intolerancia y de soberbia. Y lo que es más grave querer acallarlo por la vía judicial.

Si los funcionarios públicos se están volviendo delicados y quieren que no le cuestionen sus actuaciones el consejo que les doy es que renuncien. Así de simple, renuncien.

Acallar la crítica, cualquiera que sea el medio que se utilice, es peligroso para una sociedad que, como la colombiana, ha debilitado su tejido social. Pues por esta vía se ha venido auspiciando el odio y la violencia. A muchos periodistas les ha costado su vida porque quienes ostentan el poder de lo público no gustan que les pidan cuentan y, mucho menos, que los critiquen.

A Luis Fernando Montoya Londoño, el director de este periódico El Puente, a diario recibe amenazas porque  denuncia la corrupción.

Si la intolerancia y la censura es generadora de violencia, desgraciadamente la lengua de algunos individuos también lo es. Que se utilice la habladuría, el rumor y el chisme con finura y delicadeza para divertir, alegrar y dar cuenta de lo que pasa en una sociedad, no hay problema. Pero que alguien use la lengua  para herir, dividir, incentivar el odio y hacer daño es ya un síntoma de enfermedad mental.

No olvidaré a Germán Montero “Judas”. Un hombre con una imaginación sin igual. Siempre me lamenté cómo no hubiese existido en Mariquita alguien que hubiera llevado a la palabra escrita ese mundo que él describía con la oralidad. Lo mucho que sé de la Mariquita del siglo XX se lo debo a “Judas”. Fueron muchas horas de habladuría, de risas, de camaradería. "Judas" con la lengua alegraba la vida.

Pero no todos son como “Judas”. Aunque no vivo en Mariquita entiendo, y lo admito, que no tengo porque caerle bien a todo el mundo. En Mariquita hay personajillos expertos en ponerle en los labios de las personas palabras que no han dicho. A mí permanente me las ponen. No les hecho nada en la vida, pero así son. Pareciera que, además de su resentimiento social, la razón de sus existencias fuera dividir y  crear odios.

Conozco un personajillo en Mariquita que se la da de “sangre azul”, jubilado, resentido, canoso, desocupado, solterón, casi octogenario y cascarrabias que es experto en ponerle palabras a los demás en la boca.

Personajillos como el que describo matan la alegría de un pueblo. Una lengua así puede también matar gente. Aquí el rumor y el chisme en el buen sentido de la palabra desaparecen. Lo que surge es la calumnia, el agravio, la mala leche para indisponer a los demás. Esta es otra forma de violencia.