TRANSLATE

martes, agosto 24, 2010

Jorge Ernesto Leyva: ...que no vuelva a madrugar la muerte en la aurora de los hijos

Armando Moreno Sandoval

Jorge Ernesto Leyva, poeta tolimense. Ibagué, 9 de abril de 1937-Bogotá, 12 de marzo de 2008. Estudio Derecho y Ciencias Políticas en Bogotá (Universidad Libre) y París. En París también estudió Historia. Vivió en Estocolmo, Praga y Pekín. En 1963 en París escribió "Diario de Invierno" y en 1967 en Pekín "Tzunguo, el País del Centro.

Este poeta en su andar por el mundo, fue estibador, cocinero, vendedor de pájaros, profesor de literatura, periodista. En China fue testigo de la Revolución Cultural, siendo corresponsal de Radio Pekín. En París tomó parte activa en la Revolución de Mayo del 68.

En su trabajo literario tradujo algunos textos confusianos y poema anónimos de la antigua china.

Jorge Ernesto Leiva, con un lenguaje poético, lleno de limpieza y fluidez pone ante nuestros ojos, con la distancia de remotos nombres de la geografía, las vivencias del desarraigo y descubre y nos descubre el tierno y desolado trajinar por ese "País del centro" que es la vida, aquí o allá, como una"amapola equinoccial".

El texto que presentamos a continuación fue escrito el 19 de julio de 1962 cuando ejercía de juez en Mariquita. Se le cedió a su amigo Henry Patiño quien medio siglo después lo facilitó amablemente para que fuera publicado en el blog letrasenelojo.

El texto surge con ocasión de un reinado de belleza que se celebraba en el Norte del Tolima. Por aquel entonces el municipio de Fresno era la sede del mencionado evento.

He aquí el texto:

...que no vuelva a madrugar la muerte en la aurora de los hijos

Jorge Ernesto Leiva

"Hemos remontado hasta aquí la cordillera, desde aquellos pueblos cálidos donde la llanura se extiende sus brazos para evocar el infinito y el sol como un lujurioso gladiador , revienta sus rayos amarillos contra las piedras. Allí los ríos con un caudal de notas musicales, lamen las raíces de los matarratones y acompasan el vuelo despacioso de las garzas, las gacelas y los patos salvajes. Las acacias y las voluminosas ceibas con sus lenguas verdes recogen los vientos que se cuelan por entre las axilas de las cordilleras para refrescar los veranos y las madrugadas de los campesinos. Llanura ilímite que recogió la huella del indio y donó sus epitafios a la épica cruenta donde la raza palpita con el fervor más legítimo de la sangre. Todavía nos parece ver los huesos humeantes detrás de las barricadas producto de la lucha de nuestros indios frente al bárbaro despotismo de los ibéricos. El fervor a la libertad de nuestros aborígenes los llevó hasta hundir sus pechos en la arena y entregar también su sangre para calcinar la tierra. Desde el indio de apretado rostro color ceniza, hasta nuestros hermanos agrarios, ha tenido la raza su escala de valores humanos, por eso así somos abiertos como la llanura, fuertes y verticales como las montañas. Tolimenses altivos, generosos y sinceros, orgullosos trovadores de bambucos y guabinas. Tolimenses que sufrimos sin poner las rodillas sobre el barro, luchando siempre contra las embestidas fatales de la historia. Así hemos llegado los hijos de estos pueblos, vestidos con la yerba quemada por los soles, con nuestro espíritu cargado de frutas y canciones, hemos sido llamados por la voz de las campanas que traían esos vientos congelados de las cordilleras, voz y eco que nos llenó el alma porque el FRESNO tiene sonido de campana y corazón de muchacha campesina. Este pueblo cordial con cara de sonrisa parece una fruta recogida entre las manos geográficas de las montañas. Aquí se bebe el agua fresca de la plenitud y se siente el humor vegetal de los cafetos maduros. Tierra amasada por el sudor del trabajo y la pisada firme y poderosa del hombre. Cuando agonizaba entre ocasos marchitos el siglo XIX, algunas familias antioqueñas huyendo de los cañones y la pólvora de las guerras civiles, dentro de ese departamento, bajaron por las vertebras de la cordillera central fundando pueblos, cortando árboles con el filo de los machetes. Inaugurando nuevos caminos llegaron a este lugar, construyeron rústicas moradas de donde han salido hombres útiles a la sociedad, y bellas mujeres que bordan con sus rostros de naranja la verdinegra escultura de las colinas.

DIGNISIMA SEÑORA... Hemos convocado la noche para vos. La luna grande y amarilla tiene un sabor de sábados alegres, hoy se puso su mejor lienzo, y los algodones negros de las nubes parecen ocultar su rostro femenino, el aire ha limpiado las estrellas y brillan esos punticos salpicantes como los ojos de los ángeles. La noche es parte de vuestra belleza, ojos de mujer como la noche apocalíptica donde los Dioses soñaron un horizonte de vírgenes etéreas; labios de mujer, como la dimensión de la aurora donde aroma la flor su luz de pétalos eternos. Por eso dignísima señora, os invitamos para que desde ese faro encendido de vuestra belleza, dirijáis la cruzada de amor entre los hombres, para recolectar todas las canciones, la cosecha de trigos encendidos que nos legó la noche; el hondo murmullo de los grillos cansados; la fertilidad de los corazones campesinos; toda la luz que brilla y aparezca, para traer la paz a nuestros pueblos y para decirle al Tolima que hemos nacido exactos, en un rincón de su sangre, parecido al indio que ha brotado como racimo de caballos blancos. Así como aquellos que durmieron el pedazo de su cielo a la orilla de una lágrima, como aquellos que existen allá sobre las colinas encaramando historias inauditas juntemos su geografía herida contra nuestro pecho y digámosle que descanse y tome esta tibia agua de veranos, para inaugurar su digestión de música y darle así un nuevo nombre a las palabras. Para que las mañanas no regresen cargadas de litros y sonidos letales. Para que el agua sea dulce y el pan fresco en la mesa de los humildes. Para que los niños puedan jugar bajos árboles y el vaquero abrazado a su guitarra pueda sacarle música a su alma. Para que sean eternos los crepúsculos en las miradas de las aves. Para que las palomas, vuelvan a comer sus semillas en nuestras manos. Para que no vuelvan a llorar los caminos. Para que el hombre campesino sea dueño de la tierra que aprieta con sus plantas y el azadón sentado sobre el césped rece su oración de madera. Para que el obrero tenga un techo donde escampar las estrellas. Para que se inauguren las escuelas, donde el niño pueda aprender existe una Patria para el Hombre. Para que broten como espumas las espigas por todos los poros de la tierra. Para que haya vida, aire, luz, esperanza y plenitud. Pero, por favor, dignísima señora, que no vuelva a madrugar la muerte en la aurora de los hijos".