TRANSLATE

miércoles, mayo 03, 2006

Julia (1901) de Juan Esteban Caicedo: una novela que no asume riesgos

Leonardo Monroy Zuluaga (Integrante del Grupo de Investigación en Narrativa del Tolima) 

Si es verdad que, como lo afirma Libardo Vargas, Julia de Juan Esteban Caicedo es la primera novela del siglo XX en el Tolima, entonces el género nació en el departamento sin la pretensión de tomar verdaderos riegos estéticos y axiológicos que renovaran las prácticas culturales de la región. Haciendo una relectura de esta obra escrita hacia finales del siglo XIX, es fácilmente perceptible esta hipótesis. Podemos abordar la novela pensando en los niveles literarios y sociales con los que entra en diálogo. En el primero de los casos, Julia recurre a los modelos del romanticismo y los cuadros de costumbres muy en boga en la literatura colombiana de la época. Inicialmente se puede decir que la novela de Juan Esteban Caicedo repite algunos de los motivos recurrentes en el romanticismo alemán y francés. Por un lado existe una constante idealización de la mujer, en tanto su imagen es ligada a la virgen María: las descripciones que Néstor (protagonista de la novela) hace de Julia, profundizan en la construcción de una mujer pura, casta, entregada a sus oficios religiosos tanto como a una formación elemental, así como respetuosa de las normas morales tradicionales. Para no desentonar con esta imagen mariana de la mujer, el narrador de Julia completa el cuadro haciendo énfasis en la inocencia infantil encarnada en la niña Luz - hermana de Julia - y a la vez asociando esa candidez al carácter de Néstor. De esta forma, los personajes comienzan a moverse en una esfera idílica, en la que priman los buenos sentimientos y las mejores intenciones. La familia en esta atmósfera está totalmente unida alrededor de los principios morales provenientes del ideario de la iglesia católica y se vive un ambiente de amores mutuos incondicionales. Como en el romanticismo europeo -adoptado ya por Isaacs en María- la nostalgia del paraíso perdido permanece vigente y se materializa en la exposición de los elementos anteriormente anotados. Por eso no es gratuita la afirmación que Néstor, en un estilo formal le dice a su amada: "un millón de gracias señorita Julia [...] la bondad de usted es mucha: un edén sólo es digno ser habitado por usted y su hermanita, con sus padres". A estos trazos de algunas de las temáticas del romanticismo, se le suma en capítulos interiores de la obra, la adopción de la escritura propia de los cuadros de costumbres. El pintoresquismo se construye a partir de la narración de una corrida de toros y la celebración de las fiestas populares en torno a la época de navidad. Allí se confunden los músicos del pueblo con los compradores de reses que toman las mulas y "le abren la jeta para mirarle las muelas y calcular por el estado de ellas la edad que puede tener cada animal", las rifas, los juegos pirotécnicos, e incluso la impertinencia de un "yankee" (cap. XXVIII) que quiere participar del ambiente carnavalesco de la región. Siguiendo la línea de este tipo de escritura, la novela construye sus diálogos de tal manera que se revelan a través del parlamento de algunos de los personajes, algunas de sus particularidades lingüísticas. Los paisas que van de paso hacia Manizales - y que se detienen en Mariquita, sitio donde se desarrollan los acontecimientos - dicen de Julia: "!hijuel diablo! Es que no hay otra, ...¡por María Santísima!...¡hombre!"; la empleada de servicio, de raigambre campesina, afirma del chocolate: "No, señor. Cuatro maticas que tienen por ahí algunos como mi compadre Alejo y el maestro Ruperto y misia Teresa y puay otros"; y hasta el gringo expresa: "no, sengrite, este no es conmiga, mi es ciudadane inglish, no mariquiteñi, iuste no meterse conmiga, bicos mi quejarse su gobierna". El intento de diferenciación de las capas sociales -que en Julia se hace evidente - a través de los rasgos lingüísticos particulares era, para los cuadros de costumbres, la evidencia de la necesidad de entender, burdamente, dirán muchos, los cruces culturales que existían en la nación. Carlos José Reyes ha dicho que la "mezcla de estilos se da mucho entre los autores del siglo pasado (XIX), que buscan su propia identidad en una pugna constante entre su propia inspiración y el medio que los rodea, y las influencias de la literatura extranjera, especialmente la francesa y la española". Al recurrir a las fuentes románticas y de los cuadros de costumbres, Caicedo adopta esta lógica de imitaciones constantes, en la que no se toma ningún tipo de riesgos estilísticos y sistemáticamente se reiteran las mismas fórmulas de escritura que la preceden. En este sentido, en Julia se repiten motivos y formas ya utilizadas hasta la saciedad en la literatura de nuestro país hacia el siglo XIX. Tampoco se toman riesgos en el desarrollo y desenlace de las acciones: en una clara imitación de María, Néstor, el personaje principal de la novela de Juan Esteban Caicedo, debe partir a la guerra luego de recibir las bendiciones de sus suegros y la promesa de matrimonio de Julia; después de una temporada de combates en la Guerra de los Mil Días, Néstor regresa a donde su amada a la que finalmente encuentra muerta. Las vicisitudes de Efraín y María se reproducen casi fielmente en Néstor y Julia. Es evidente que el autor de Julia aprovechaba la popularidad de su antecesor más significativo - Jorge Isaacs - para asegurarse una reacción favorable del público. Pero en esta imitación extrema se cercena una de las grandes posibilidades de la literatura, que ya escritores como Jorge Luis Borges o Moreno Durán han sobredimensionado: la de aventurarse por los caminos de la imaginación y la invención. Enceguecido por la posibilidad de un triunfo inmediato, Caicedo copia casi fielmente la trama general de María y sin temor al señalamiento de la crítica -o incluso a una acusación de plagio- la adopta como suya propia. No se arriesga aquí Caicedo a imaginarse un programa narrativo para Néstor y Julia, diferente al de Efraín y María. Se podría argumentar que las razones por las que el personaje de la novela de Isaacs deja a su amada, son diferentes a las que expone Néstor. En el primero de los casos, Efraín realiza su viaje a Europa para formarse en la ciencia del viejo continente; en el segundo, Néstor debe decir adiós a su amor puro y definitivo, para combatir en la Guerra de los Mil Días. Pero inclusive en esta última razón de retirada se percibe que Juan Esteban Caicedo se está blindando ante el régimen de turno. En una sola página (153), el autor de Julia hace una verdadera apología a las ideas de la Regeneración. Por un lado el narrador afirma que "los hombres de ideas conservadoras se alzaron contra el gobierno para derrocar el orden o el desorden existente" (el subrayado es nuestro), y el personaje principal dice que "hay que servir a la buena causa, debe uno formar en las filas cuya bandera es Dios, Patria, Libertad y Orden". Las dos expresiones tan solo buscan reconciliar al autor y su obra con el régimen conservador que dominó desde entonces y por varias décadas en las visiones de mundo del país. Adhiriéndose a las voces que otorgaban las credenciales sociales, Caicedo no toma el riesgo de ser expulsado de los círculos literarios e intelectuales, e inclusive de ser perseguido políticamente. De esta forma Julia no plantea retos a las tradiciones literarias establecidas hacia la época, invoca un programa narrativo exitoso y lo copia casi al pie de la letra, y se adscribe incondicionalmente al modelo conservador imperante desde antes de la Guerra de los Mil Días. Para referirse a uno de los espíritus de la modernidad, Octavio Paz ha hablado de la "tradición de la ruptura"; Milán Kundera suma a esta categoría la posibilidad de que la novela sea un discurso en el que no se defienda una verdad - ni conservadora ni liberal - y se crea profundamente en la ambigüedad. A costa de no correr grandes riesgos, Julia de Juan Esteban Caicedo, la primera novela del siglo XX en el Tolima, no se inscribe en la tradición moderna y por lo tanto no pretende renovar los imaginarios propios de su sociedad: mientras en Europa ya despuntaban las vanguardias poéticas, y en Latinoamérica Rubén Darío y Silva le daban un nuevo aire a la poesía, Caicedo se aferraba aún a cánones tradicionales, en los que se revela más los temores que la posibilidad de la aventura estética. El siglo XX de la narrativa del Tolima nació en medio de la premodernidad.