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sábado, febrero 19, 2005

Mariquita

Benjamín Pereira Gamba

Hastiado de la monotonía de la calurosa Honda, resolví hacer un paseo a Mariquita, tanto por contemplar sus tristísimas ruinas, como por admirar la belleza del paisaje que la rodea. Dista de Honda como tres leguas y el cami­no es un continuado panorama. ¡Una sabana risueña entrecortada por verdes bosquecillos de majestuosas ceibas y flexibles palmeras se ofrece desde luego a los ojos del viajero, que siente ensancharse su corazón, largo tiempo oprimido en la tortuosa y lóbrega ciudad que acababa de dejar, a la vista de aquella pomposa y gallarda naturaleza que respira por doquiera animación y vida!

Mariquita fundada definitivamente en el ameno sitio en que hoy se halla, por el capitán Francisco Núñez Pe­droso, el día 8 de enero de 1553, con el nombre de |Mare­quipa, fue por largo tiempo una ciudad opulenta y rica, tanto por las abundantes minas que se trabajaban en sus cercanías, como por ser el entrepuente de una gran parte del comercio que la España hacía con sus colonias. Así es que a ella venían constantemente comerciantes perua­nos a hacer sus compras, y a fijar su residencia muchas familias de elevada condición y considerable fortuna. Tanto por esto, como por la suavidad de su apasible y fresco clima, fue escogida Mariquita por la noble juven­tud llegada de la Península, para el teatro de sus torneos, placeres y molicie. Allí se veían las fiestas más suntuosas, los saraos más bulliciosos y galantes, los más alegres y espléndidos festines; en fin, esta ciudad vino a ser la Cánua de tierra firme. Según refieren las crónicas, en un día de Corpus se vieron en su plaza doce caballeros cru­zados de la más distinguida nobleza española.

Más tarde, su alejamiento del río Magdalena fue un gran inconveniente para el comercio, y los principales negociantes se trasladaron a Honda; de suerte que su de­cadencia comenzó a fines del siglo XVII, época en que dejó de edificarse en su recinto. Después el abandono, la falta de industria y el coto acabaron de arruinarla

El mariscal Jiménez de Quesada, de vuelta de Europa, cual otro hijo pródigo lleno de enfermedades, desengaños y pobreza, buscó en Mariquita un asilo donde pasar con tranquilidad sus últimos días, y expiró en ella el 16 de febrero de 1579. Nada perpetúa su memoria; en vano busca el viajero su sepulcro para saludarlo. Los escombros de la casa que habitó y de la iglesia en que depositaron su cadáver son los únicos recuerdos de este célebre con­quistador, cuyas cenizas fueron trasladadas a la Catedral de Bogotá.

Hoy Mariquita no presenta sino melancólicas ruinas, restos inanimados de su extinto poderío; templos derrui­dos, columnas destrozadas cubiertas de musgo y de hiedra, torres aisladas con alguna campana solitaria suspendida dela vacilante cúpula, pórticos y fachadas que se destacan de entre montones de piedras y de tierra, como queriendo desafiar la intemperie de los tiempos y el curso de los siglos, casas desiertas invadidas por el bosque o habitadas sólo por millares de murciélagos, cuyo lúgubre aleteo hacer crispar los nervios e inspira fatales presentimientos y por todas partes, la yerma y majestuosa soledad ... ¡Sublime espectáculo que convida al recogimiento y a la meditación!

La nada de las cosas humanas y la impotencia del hom­bre para perpetuar su efímera grandeza, están proclamadas elocuentemente por esas misteriosas ruinas vistas a la luz de la religión y de la filosofía. ¡En estos lugares santificados por la muda solemnidad del silencio, es donde el espíritu se aisla de la frágil y perecedera materia que lo rodea, y reconcentrándose en sí mismo reconoce a Dios, y le habla y en éxtasis divino lo contempla!

No quise separarme de Mariquita sin visitar la casa y el jardín del inmortal botánico Mutis. Todo está casi destruído; sólo se conservan la piedra en que él trazó un meridiano, y seis frondosos y lozanos canelos de los que él plantó y cultivó con tanto esmero. ¡Unicos monumen­tos elevados por la naturaleza a la memoria del sabio que le consagró su vida y sus estudios! ¡Bajo su sombra, lleno de admiración y de tristeza, evoqué su nombre, y trémulo de respeto, cogí algunas hojas y flores de esos árboles sagrados, que ni aun el hacha del ignorante leñador ha osado destruír!

Sin embargo, Mariquita parece levantarse de entre sus cenizas como el fénix y revive merced al cultivo del taba­co. Sus solares y casas están adquiriendo gran valor, los cotos han desaparecido, y una nueva generación sana, robusta y trabajadora se levanta. Además, su bellísima posición, su dulce clima (27° centígrados), refrescado por las puras brisas del Ruiz, el límpido Gualí, que én lángui­do y gracioso giro la rodea, y que por tantos años ha arru­llado su sueño de muerte, sus verdes y extensas llanuras, en fin, todo su poético paisaje hace amarla y convida a gozar en su seno las tranquilas emociones del estudio y de la meditación.