TRANSLATE

domingo, marzo 31, 2024

El general José María Melo de Darío Ortiz Vidales

 

 Armando Moreno Sandoval

El tolimense chaparraluno José María Melo está de regreso desde que el presidente Gustavo Petro hace unos meses dijo que tocaba repatriar sus restos. Es el único expresidente que no está en suelo colombiano. Las voces en pro y en contra no se han hecho esperar. Hasta en Chiapas (México) donde murió ejecutado la madrugada del 1 de junio de 1860 por un pelotón de fusilamiento han tomado partido. De aquí no lo sacan, han dicho los lugareños. Lo consideran en esas tierras lejanas un héroe.  

Mientras las voces melistas se ponen de acuerdo, cierto es, que la historiografía tampoco lo está en cuanto a su pensamiento. Pues el ilustrísimo general Melo, que se sepa, prácticamente no dejó nada escrito como sí lo hicieron otros contemporáneos suyos como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Salvador Camacho Roldán, José Manuel Groot, Aníbal Galindo y pare de contar porque la lista es larguísima.

No obstante, existe en el ámbito historiográfico una obra que puede considerársele fundacional ya que fue publicada en mayo de 1980, hace 44 años. Se trata la que escribió el chaparraluno Darío Ortiz Vidales: José María Melo. La razón de un rebelde.

Vidales es de los pocos intelectuales que ha dado el Tolima. Siendo muy joven, recién graduado de antropología en la Universidad Nacional de Colombia, lo conocí en Ibagué en compañía de excombatientes del M-19. Ese mediodía en un restaurante en la mitad de la calle 13 entre carreras 3 y 4 comimos frijoles con pezuña de marrano. De una erudición arrolladora, ese medio día hablaba del futuro del M-19. Con el correr de los tiempos, siendo ya profesor de la Universidad del Tolima, viéndolo bajar por la carrera 3 hacia la calle 15, me preguntaba cómo un hombre de conocimiento tan universales estaba atrapado por el licor.

Ahora que he leído de nuevo su libro, no entiendo cómo diablos para comprender el siglo XIX, este texto de Melo que nos ha dejado para la posteridad no es de consulta obligada por los colombianos, los tolimenses y el mundo.

El Melo de Ortiz Vidales tiene una lectura cadenciosa y tiene la virtud de dejarse leer sin contratiempos. Mas que retratarnos un Melo de carne y hueso, a la manera como se deben escribir las biografías, lo que se encuentra es un Melo que está inserto en la época que le tocó vivir.

Como de Melo no sabemos cuál era su manera de pensar, Ortiz Vidales en vez de especular, lo que hace es contextualizarlo en la época. Por ello, en su primera etapa de su vida, la de sus primeros veinte años, lo ubica peleando al lado o bajo las órdenes de Simón Bolívar en las guerras de Independencia.

Para ubicarlo en la época recurre a terceras personas. Algunas de ellas que estuvieron al lado de él, y otras, que sin haber sido participes en las batallas se atrevieron a dar cuenta de los hechos.

Otra de las épocas de Melo y qué poco da cuenta Vidales por carecer de fuentes escritas es cuando emigra desterrado hacia Europa, viviendo allí ve de primera mano los estragos que estaba causando la revolución industrial. Todo hace suponer que esa cotidianidad lleva a Melo a tomar partido por los desposeídos. Y es cuando uno entiende por qué a mediados del siglo XIX se alía con los artesanos para promover el levantamiento contra el libre comercio que la naciente burguesía neogranadina quería implantar e implementar.  

La manera como Vidales da cuenta de lo que estaba pasando a mediados del siglo XIX, es a mi manera de ver de una síntesis majestuosa. Nos explica cómo el libre comercio contra viento y marea dinamiza la economía, destruye las antiguas formas de producción y, como si fuera poco, da cuenta cómo fue el surgimiento del proletariado.

Si alguien quiere comprender ese periodo, Vidales, explica, echándole mano al marxismo, cómo la abolición del monopolio del Estanco del Tabaco es la causante de la consolidación de una burguesía y de un proletariado que quiere romper con las cadenas del pasado. Es decir, con las antiguas formas de producción. Ya que al liquidarlas liberó al indígena, al campesino de las relaciones de producción y ya libres de ataduras salen en manada para vender la fuerza del trabajo al mejor postor.

Leyéndolo uno entiende cómo la liberación de los esclavos era una exigencia de la naciente burguesía, ya que al abolirse el monopolio del tabaco da paso al surgimiento de la libre empresa y a la demanda de una mano de obra asalariada. Es lo que explica la necesidad de una sociedad sin esclavos. Igual pasó con la liquidación y la apropiación de las tierras comunales y los ejidos. Era necesario liberar esa mano de obra de esos medios de producción precapitalistas ya que los nuevos entornos productivos los esperaban con los brazos abiertos. Ahí están el comercio globalizado, la navegación a vapor, las fábricas, etc., etc.

Esta revolución que pudiera llamarse burguesa es la que genera a mediados del siglo XIX el inconformismo de quienes querían seguir atados al pasado. Pues las nuevas formas de producción que el libre comercio y la libertad de empresa generó, pues tenía que arrasar y destruir lo antiguo, es que aparece Melo junto a los artesanos para reivindicar exigencias como la de “Pan, trabajo o muerte”. Consigna que tuvo que generarle recuerdos en su pasado andariego por Europa, cuando los tejedores de Lyon (Francia), a decir de Vidales, enarbolaban pendones con el lema “vivir trabajando o morir luchando”. Pues el libre comercio destruía la economía artesanal a cambio de productos importados y, de paso, generando una mano de obra suelta y libre que la naciente burguesía necesitaba

Es en defensa del antiguo modo de producción, y como magistralmente lo explica Vidales en su libro, Melo con los llamados “democráticos” y los artesanos, y ante la falta de decisión del entonces presidente de la República el general José María Obando para salir en defensa de los más débiles, decide deponerlo a través de un golpe de Estado. Interpretado por algunos como una “dictadura social” que arranca con una guerra civil a partir del 17 de abril hasta el 4 de diciembre de 1854.

Vidales cree que Melo por estar defendiéndose con su ejército, los artesanos y los “democráticos” no pudo gobernar. Una situación como la que enfrentó era imposible saber qué pretendía.

Derrotado Melo por las fuerzas militares de la burguesía naciente y de los políticos amangualados a ella es que tiene que salir de nuevo desterrado. Los seis años siguientes que le quedan de vida, por los testimonios de quienes lo vieron o escucharon hablar de él, se le ve participando activamente como militar en los países de Centroamérica.

Vidales dice que de ese periodo se sabe poco. Algo así como titulares de prensa como cuando se le ve tomando bando al lado del presidente mejicano Benito Juárez para luchar contra William Walker, el mercenario gringo que quiso anexar a Centroamérica al naciente imperialismo del norte.

Aparte de las interpretaciones y controversias que genera el general Melo, lo que interesa por ahora es que en menos de dos años han salido dos libros que honran su memoria. Uno de ellos es el de José Evelio Páez Bonilla: General José María Melo. Prócer, Adalid, Precursor, Héroe, editado en el 2023. El más reciente es el de Heladio Moreno Moreno: General José María Melo, el rayo de América. La presencia de la masonería en las guerras de Independencia, editado este 2024.

Libros que, por supuesto, tendrán su espacio en la Feria del Libro de Bogotá.

 

domingo, marzo 17, 2024

Colombia y la vejez

 Armando Moreno Sandoval


Hasta ahora nadie sabe qué va a pasar con la reforma pensional que tanta rasquiña ha generado. No solo a quienes tienen el poder de legislarla (el Congreso), sino a quienes va dirigida (el pueblo). Hasta la fecha (2024) los hombres se jubilan a los 62 y las mujeres a los 58 años.

La ultima reforma que se hizo por decreto la formuló Álvaro Uribe siendo presidente de la República y lo que se le ocurrió fue alargarle las semanas de cotización en un país donde el trabajo formal no existe. Con esa reforma es casi que imposible que alguien asegure una pensión. Solo acceden una minoría privilegiada, por lo general empleados del Estado, ya que la empresa privada y los mismos fondos de pensiones (tanto los privados como el Estatal) hacen hasta lo imposible por incumplir la ley.

Desde que se inventó la píldora anticonceptiva Colombia paulatinamente se ha venido convirtiendo poco a poco en un país de viejos. Si, de viejos, a pesar de que la moda neoliberal para engañar la realidad crea eufemismos como de llamar a los que tienen más de 60 años “el adulto mayor”, el que vive en la calle reburujando en las canecas de basura para saciar el hambre, en vez de mendigo, “habitante de la calle”, “trabajadores sexuales” en vez de prostitución.

Pero no solo es Colombia el que se está volviendo viejo. Es el mundo. Según lo han dicho los organismos encargados de llevar estadísticas, de los 700 millones de individuos mayores de 65 años que había en el 2009, en el 2050 sería algo así más de 2000 millones de viejos. Cifra escandalosa que seguirá en aumento, por lo menos en los países llamados del primer mundo, debido al retraso del envejecimiento y al aumento de la calidad de vida. A lo dicho hay que agregarle el conocimiento que tiene la ciencia de cómo retrasar la muerte.

Elizabeth Blackburn, científica y premio Nobel, con sus investigaciones ha demostrado cómo con el cuido de los telómeros, esos herrajes que están al final de los cromosomas, se puede alargar la vida de las personas sin que la vejez sea sinonimia de deterioro.  

Aunque la ciencia en los países del tercer mundo es esquiva ya que no sabemos cómo es que la población llega a vieja, en Colombia el Departamento Nacional de Estadísticas en el informe del año 2021 calcularon que en el año 2020 habría 6.808.641 personas mayores de 60 años. De esa cantidad 22.495 tenían más de cien años y que 14.424 eran mujeres. Y lo que más sorprende es el achicamiento de la población a partir de los 30 años. Dato que indica que Colombia será un país de viejos a la vuelta de la esquina.

Con una población que envejece a pasos agigantados, aparte de cambiarle el nombre a la vejez como dije, el Estado no tiene políticas para esa población. En vez de ello, por lo que se ve en la calle, es que la vejez tiene demasiados prejuicios culturales. Siendo la etapa más larga de la vida, más que la adolescencia y la infancia, se le ve como una etapa oscura, ya que se les tilda de aburridos, deprimidos, solitarios y, para rematar, enfermos.

Hasta el diccionario de la Real Academia Española, y el populacho que no se queda atrás, la palabra viejo es la que tiene más sinónimos y todos ellos indignantes: abuelo, decrépito, senil, rancio, fósil, destartalado, anciano, vejestorio, cucho, arcaico, usado, anticuado, matusalén, deslucido, senil, acabado, y pare de contar.

Es una discriminación etaria producto de la ignorancia atrevida.

Quienes quieren arrumar a la vejez se les olvida que esta es invicta. Es la única que nos espera y, lo más gracioso de todo, es que no sabemos cuándo, ni cómo. Mientras tanto, los gobiernos de turno se suman al coro con leyes o decretos entregando una mínima parte de los ahorros hechos en vida por el cotizante. En Colombia gracias al expresidente Uribe a las generaciones del mañana quien ahorre para su pensión de $ 100 ahorrados al cotizante le han de devolver miseros $ 60. La critica viene porque en Colombia, como en buena parte de los países del mundo, las pensiones son de miseria, haciéndole la vida al viejo más miserable. Los gobernantes tienen la malsana idea de que cuando se llega a viejo, al considerársele como un trasto inservible que debe estar en el cuarto de San Alejo, este ya no necesita ya que, según ellos, no encaja en el mundo salvaje de la sociedad del consumo.

Mientras los gobiernos se ensañan con los viejos quitándoles derechos adquiridos la ciencia y la calidad de vida va por otras sendas. A diferencia de Latinoamérica, en Europa empieza a reivindicarse la vejez con ejemplos de creatividad y fuerza. Goethe el autor más importante de Alemania escribió Fausto a los 80 años. Los Rolling Stones siguen dando “lora” por el mundo a sus más de 80 años. Pablo Picasso uno de los más grandes pintores que dio el mundo seguía pintando a sus 90 años. Aunque la lista es interminable, sería injusto no recordar a Clint Eastwood, Akira Kurosawa o al portugués Manoel de Oliveira quien filmó su última película Um seculo de Energía a sus 105 años.

Ernesto Olaya
En Colombia, al norte del departamento del Tolima, mi amigo del alma, el pintor Ernesto Olaya, que el 13 de marzo cumplió 74 años, sigue con el pincel en la mano en Puerto Bogotá, el caserío al lado del municipio de Honda (Tolima). O el hondano Nestor Hernando Parra quien, a sus más de 92 años, viendo y leyendo por un solo ojo, acabó de terminar un doctorado en Valencia (España).

Si hay algo asquiento es la palabra jubilación, ya que se equipará a inutilidad. Y esto sucede en estos países tercermundistas que Donald Trump llama países de mierda. Porque es en estos países donde la vejez es cruel, y lo es más en estas sociedades sumidas en la pobreza y en la miseria, en sociedades donde el destierro y el sufrimiento es el pan de cada día.

En estos países donde la habladera de “paja” quiere reemplazar la verdadera asistencia social, los viejos son pobremente asistidos por el Estado y en el peor de los casos abandonados y maltratados por los núcleos familiares cuando no abandonados.

Estas ideas que he esbozado se las debo al historiador, dramaturgo y psicoanalista argentino Francisco O´Donnel. A sus 82 años quiere enseñarle a la generaciones actuales que la vejez no es deterioro y  lo demuestra regalándonos  un nuevo libro: La nueva vejez.

 

miércoles, febrero 28, 2024

Telómeros, vejez y envejecimiento

 Armando Moreno Sandoval


El paso de los años es impecable. Sin tocar la puerta los achaques llegan como del cielo. Recuerdo la vez que al entrar a una cafetería y mirar hacia todos los lados ninguno de los rostros presentes se me hizo conocido. Al dar media vuelta una voz me llamó. Miré alrededor, de nuevo no reconocí a nadie. Cuando quise marcharme la voz que llamaba por mi nombre me increpó. No te acuerdas de mí. No, no me recuerdo, dije. Creído, respondió la voz esta vez altanera. Era mi compañera de colegio treinta o más años atrás. Segundos después de meditar no quedó más remedio que achacarle el olvido a la mala memoria.


Al terminar de leer el libro La solución de los telómeros de Elizabeth Blackburn, científica y premio Nobel de Medicina 2009, y de Elissa Epel, la sicóloga que estudia los hábitos y el estrés que afecta el envejecimiento, se me vino a la memoria aquel fiasco de mi vida con una de mis compañeras de estudio de mi adolescencia.

Ahora con el peso de los años el libro me ha hecho aterrizar. Pienso que cuando esas imagines que se guardan en el cerebro y que ni siquiera está en la capacidad de recuperarlas es cuando nos preguntamos y esto qué, qué pasa. Para entender de qué estamos hablando, solo basta comprender que el ciclo de nuestra existencia, desde el nacer hasta el morir, se lo debemos al estado de salud de las células.

No obstante, cuando no reconocí a mi compañera de curso, pero ella sí a mí, lo que nos dice el devenir de los días es que no todos envejecemos de la misma manera. Lo decimos cuando rumoramos alrededor de un tinto, y al referirnos a fulano no queda sino la frase suelta, como dejada en el aire, de que su apariencia física no corresponde con la edad. A lo mejor, decimos jocosamente, se ha quitado los años!

Entonces es cuando nos despertamos en medio de las carcajadas por las canas, las arrugas, la desmemoria, el exceso de panza, etc. Es en ese cotilleo cuando salta la curiosidad popular y se pregunta qué pasó.

Son estas reflexiones las que Elizabeth Blackburn y Elissa Epel en su libro nos quieren dilucidar, aclarar, explicar, del por qué de dichos cambios.

Abordar la vejez y el proceso de envejecimiento no es cosa de ahora. Desde hace miles de años han sido temas que han estado presente en todas las culturas. Desgraciadamente no sabemos cómo pensaban de ella las sociedades precolombinas antes de Cristóbal Colón. Pero en Occidente, por el legado escrito que han dejado se sabe que dichas culturas buscaron las claves para curar las dolencias y alargar la vida. Lo que pomposamente se conoce como el elixir de la eterna juventud. En la mitología griega, Hebe, la diosa de la juventud, era la encargada de darles el néctar a los dioses que los hacia inmortales. En la edad Media serian seres de carne y hueso, los llamados alquimistas que se desvanecerían los sesos buscando el tal “elixir de la vida”.

Ahora, en estos tiempos de cambios vertiginosos, no son los dioses, ni los alquimistas, sino los científicos que en sus laboratorios rebosantes de tecnología y conocimiento quieren desenredar los entresijos genéticos y moleculares que desencadenan ese proceso irremediable que son el envejecimiento y la vejez.

Lo bello del libro de Blackburn y Epel es que, en vez del “elixir de la vida”, los temas que abordan es el envejecimiento y la vejez.

Partiendo de las investigaciones científicas, y de la infinidad  de ensayos clínicos que se han llevado en humanos y ratones, Blackburn y Epel nos explican en un lenguaje sencillo que todo lo que al cuerpo humano le sucede está atado a las células.  Pero, sobre todo, lo que acontece en ese mundo microscópico que está al interior del núcleo de las células y que en lenguaje científico se conoce como cromosomas.

Elizabeth Blackburn, quien recibió el nobel de Medicina por haber descubierto la telomerasa y el papel que desempeñan los telómeros, explica sin tanto rodeo que el proceso de envejecimiento y de la vejez  obedecen a los cambios de la célula.

Para entender lo dicho es necesario saber qué le pasa al telómero, que está al final del cromosoma como un guardián de la información de este pero que, en el proceso de división celular tiende a acortarse generando un deterioro del mismo.

Una parte interesante del libro es cuando hacen referencia a la telomerasa, la enzima que contiene el deterioro de los telómeros encargados a su vez de proteger nuestra herencia genética (ADN). La telomerasa es clave para entender el envejecimiento celular, ya que cuando los telómeros se quedan tan pequeños a causa de la división celular, estos ya no pueden proteger el ADN, y las células dejan de reproducirse alcanzando un estado de senectud o vejez. Las autoras dicen que los telómeros son como los herrajes protectores de los extremos finales de los cordones de los zapatos que evitan que estos se deshilachen.

 Gracias a su descubrimiento y comprensión sabemos que el acortamiento de los telómeros son la causa de las enfermedades y del por qué nos volvemos viejos.

Erick Kandel el científico que ganó el Nobel en Medicina por haber desentrañado el lugar donde los recuerdos se anidan en el cerebro, señaló, que las autoras del libro nos “demuestran que nuestra manera de vivir el día a día ejerce un intenso efecto no solo en nuestra salud y nuestro bienestar, sino también cómo envejecemos».

El lector encontrará en el libro que además de explicarnos la vejez y el envejecimiento, también nos dicen cómo cuidar los telómeros. Por que si en algo nos dejan en claro es que de la longitud y la salud de los telómeros depende la salud de nuestra mente y del cuerpo. Y para ello solo hay que revisar qué tan calidoso es el sueño, el ejercicio físico, la comida que comemos, cómo usamos los productos químicos que cada vez nos asaltan nuestra existencia, qué tal el nivel de estrés y de pensamientos negativos, si tenemos relaciones tóxicas, o si la manera como nos insertarnos dentro de la sociedad es un acto de hipocresía igual que la letra de los tangos de arrabal de la Argentina de comienzos del siglo XX.

La cereza en el ponqué está al final del libro. Ese capítulo como lo describen es lo que exactamente le pasa a una sociedad con desigualdades tan abismales como la Latinoamérica, africana y algunos países asiáticos. Con la violencia en todas sus manifestaciones y el hambre que maltrata todos los días, el reto para estas sociedades es cómo propiciar una vida sana más allá del perímetro de la casa, de un entorno donde prime la confianza, un respirar saludable libre de contaminación y ruidos. Pues el solo de hecho de vivir en un entorno malsano, de relaciones sociales forzadas, de pensar cómo será el día siguiente, o, el engaño junto al mal uso que a diario vive la sociedad en ese estercolero de las mal llamadas redes sociales, hacen que el telómero enferme a causa de las preocupaciones y necesidades del ser humano .

Desigualdades que ya no son propias de estas sociedades desbaratadas, sino también de las tal llamadas sociedades post industrializadas como Estados Unidos y la Unión Europea.

Ya para despedirme, solo tengo que recordarle al lector que el libro escrito con un lenguaje ameno como ningún otro, es la combinación perfecta entre biología, psicología y medicina.

Que es un deleite pasar por sus páginas, ya que nos hace reflexionar acerca del transito de nuestra existencia en este mundo. No se trata de desear un encuentro con  la diosa Hebe para beber el brebaje de la eternidad, sino explorar la posibilidad de tener una vida y una vejez más relajada.

martes, enero 30, 2024

El tema era la paz.

Armando Moreno Sandoval


El viernes en la tarde, a escasos dos días para elegir presidente viajé a Mariquita, el pueblo donde nací. Mi papá, Pioquinto Moreno, que en ese entonces ya había cumplido 94 años, con una salud que desde comienzos del año había empezado a deteriorarse, le llegué de sorpresa cuando los últimos rayos del sol se negaban a desaparecer. Por motivos de salud mi papá no había votado en la primera vuelta presidencial. Ese domingo, 25 de mayo de 2014, me había sugerido que lo llevara a votar: su tema era la paz. A
l verlo que tenia una voz queda y con un andar donde el tranco de sus piernas no daba, opte por decirle que lo mejor era esperar la segunda vuelta.

Mientras mi papá rememoraba en voz baja la masacre perpetuada por las Farc-EP a su familia un cuarto de siglo atrás, por los debates y los comentarios que a diario se llevaban en la tele, en las universidades, en los cafés, en las plazas de mercado, las voces coincidían que por los acontecimientos que estaban acaeciendo, 1989 terminaría como el año más violento hasta la fecha. Y no era para más. Todo mundo andaba con los pelos de punta, como dice el dicho cuando una sociedad está atemorizada. El 18 de agosto las balas habían ahogado las palabras de un candidato a la presidencia. Soacha, un municipio adyacente a Bogotá, en plena campaña electoral habían asesinado a tiros el candidato Luis Carlos Galán. La tele difundió la noticia y el mundo fue testigo de un Estado arrodillado por las mafias del narcotráfico y de la política.

En ese entonces, como hoy día, los asesinatos y las masacres eran de nunca acabar. Los medios escritos y hablados no daban tregua narrando los hechos. Pero la desgracia tocó las puertas de la casa de mi papá. A través de la radio, a eso del medio día, mientras almorzaba, los platos de la sopa y del seco volaron por los aires. Mi papá quedó estupefacto: en la vereda El Recreo, municipio de La Palma (Cundinamarca), algunos miembros de la familia, la noche anterior, los habían acribillados a balazos.

Por esos años las regiones cambiaban de bando como cambiar de ropa. Dependiendo de las circunstancias, unas veces estaban bajo el poder de las armas del narcotráfico conocidas como paramilitares, otras veces bajo el poder de la guerrilla y otras veces bajo el control de los fusiles del Estado. Quienes vivieron bajo la amenaza de los cañones de los fusiles testimonian que ese mes de septiembre la región estaba en manos de la guerrilla: el XXII frente de las Farc-EP.

La noche del 9 de septiembre de 1989 el ladrido de los perros despertó a la familia. Desde el interior de la casa se dieron por enterados que uno de los perros había sido acallado para siempre. Hombres y mujeres uniformados de color oliva con sus armas incursionaron a la casa. Con las culatas de los fusiles fueron empujados hasta la enramada que cubría el trapiche. Las niñas a medio despertar con sus manitas asidas a los pliegues de la pijama de la mamá no paraban de llorar.

Una mujer con voz de mando ordenó: “mujeres adentro…!”. Apretujados en la cama, temblando ante el infortunio de la noche, escucharon la detonación seca de varios disparos. El silencio absoluto se tomó el interior de la casa por varios minutos. De nuevo la voz de mando de la mujer: “mujeres afuera…!”

Los cuerpos convertidos en cadáveres de José Antonio Moreno de 40 años y de sus hijos Fidel de 17 y José Hugo Moreno Palacios de 25 años yacían tronchados, desgonzados. Los gritos de dolor de los sobrevivientes toco las puertas del vecindario. Nadie acudió. El miedo se había apoderado de la noche. Observaron los cuerpos apilados y manchas de sangre esparcidas por doquier. La pared como paredón había sido testigo del fusilamiento y de los gritos convertidos en una sola voz clamando: “no nos maten!”. ¡El lamento y el grito de dolor fueron más fuertes que el cállese! La voz de mando de la mujer dirigiéndose a la madre de sus hijos gritó: “váyanse y no vuelvan! Si regresan los mato!”.

Ciento dieciséis días después, el apego a la tierra pudo más que la advertencia de amigos y familiares del peligro que corrían. Regresaron. El 3 de enero de 1990 en horas de la mañana salieron del municipio de Pacho hacia La Palma. En un bus que llaman de escaleras viajaban la viuda Roseida Palacios Ocaña junto a sus hijas Rebeca y Sandra Carolina Moreno Palacios. Quienes viajaban colgados como racimos de plátanos en la parte trasera del bus vieron que al descender la mamá y sus dos hijas sus pertenencias no eran mayor cosa. Los alijos eran llevados bajo el brazo.

Tomaron el callejón que atravesaba varias de las fincas de la vereda. Pasaron por el cementerio que albergaba las tumbas de los antepasados familiares para luego tomar de nuevo un camino enrastrojado que los llevaría a la casa. Los cafetales y el platanal enmontados. No había rastros ni de gallinas, perros, caballos, burros y vacas. Era el medio día y el sol resplandeciente lo hacía caluroso.

Mientras le indagaban al pasado por sus pertenencias que habían dejado escucharon un tropel en medio del cafetal enmontado. No habían pasado 15 minutos. “Eran muchos hombres”, recordaría Sandra Carolina.

“Se lo advertimos…!”, dijo la voz de mando a manera de retaliación. Era la mismísima mujer que había incursionado en las altas horas de la noche pocos días atrás.

Sandra Carolina la menor yacía boca abajo en la explanada de la enramada. Encubría la cara con sus manitas. Dejando una rendija entre sus dedos, observaba y sentía cómo el ruido de las botas envolvía su cuerpo. Manoteándole a la cara de su madre, observó cuando la mujer con voz de mando la arrastró a la pared que hacia las veces de paredón. Alcanzó a oír de nuevo la advertencia. Contuvo el llanto al ver que uno de los hombres desenfundaba un arma que llevaba al cinto. Los gritos de su hermana y de su madre clamando que no las mataran fueron en vano. Un sollozo tenue se le escapó al ver que el hombre con el arma desenfundada levantaba la mano a la altura de la cabeza de su madre. Un disparo a quemarropa la estremeció, milésimas de segundos después vio el cuerpo de su mamá caer desmadejado. De nada valieron los gritos de su hermana en medio de las lágrimas pidiendo clemencia. Otro disparo a quemarropa ahogaba para siempre el clamor.

Cuando quiso correr hacia los cuerpos yermos de su madre y hermana, una mano de mujer la detuvo. Llevándose el dedo índice a la boca le dio a entender que guardara silencio. Tomándola de la manita la llevo hasta el borde de un cañaduzal.

“Corra y no mire atrás”, fueron sus únicas palabras.

Al terminar de rememorar las masacres de su hermano, su cuñada, sus sobrinos y de su sobrina guardó silencio por unos instantes.  Con los ojos lelos miró alrededor. Al levantarse trastrabillo, sus piernas le flaqueaban.

El domingo de las elecciones el ambiente estaba caldeado. Quienes estaban a favor de la reelección de Juan Manuel Santos argumentaban el regreso de Álvaro Uribe a la presidencia a través Óscar Iván Zuluaga. Su triunfo supondría que el proceso de paz quedaría hecho trizas. Quienes estaban en contra del proceso de paz, uno de los argumentos era el de que el gobierno estaba entregando el país a las Farc-EP. El eslogan para ganar votos a favor del candidato de Álvaro Uribe era simple, engañoso y contundente: con la paz sí, ¡pero con el candidato de la reelección… no!

Mientras Colombia estaba dividida, la salud de mi papá se caía a pedazos. La promesa de llevarlo a las urnas para que depositara su voto se me había convertido en un cargo de conciencia. Al promediar la mañana toqué las puertas de su médico amigo. Conocedor de la salud de mi papá le comenté el deseo que tenía de cumplirle con el voto. Antes del mediodía estaba ya auscultándolo con su estetoscopio. El paso de los años no tiene vuelta atrás. Tomándome del brazo me susurro al oído: “no está saturando”. Recomendó llevarlo con precaución y que estuviese al tanto de cualquier percance. “Respirar aire fresco le hace bien”.

Supuse que al mediodía sería la hora indicada para llevarlo a votar, ya que la gente almuerza y hace la siesta. Solicité un servicio de taxi. La sorpresa fue de incredulidad. Los electores estaban ejerciendo el derecho a decidir por la paz. Largas filas. Mientras la gente esperaba pacientemente el tarjetón, me dirigí directamente a la mesa de votación donde tenía inscrita su cédula. Con el tarjetón en mi mano, tomándolo del brazo lo llevé con su caminar lento hasta el cubículo. Como pudo tomó el lapicero entre sus dedos para luego con su mirada perdida decirme que le era difícil marcar el candidato de la reelección.  Comprendí que sus dedos habían perdido sus fuerzas. Al ver su impotencia tomé el lapicero. Mientras marcaba por él el candidato de su preferencia, sentí nostalgia. La hora de partir de este mundo se estaba acercando. Lágrimas rodaron por mis mejillas.

Al empezar la noche del 15 de junio los medios de comunicación informaban del triunfo del candidato de la reelección y de la paz.

El 29 de septiembre de 2014 mi papá moriría convencido de que la paz había llegado por fin. 

Ahora, en este 2024, diez años después, la paz es solo un discurso que está en el papel y en los labios de quienes viven a costillas de ella. La violencia en todas sus formas e ideologías se ha recrudecido, da miedo que la sociedad mire hacia los lados. Las ideologias totalitarias y fanáticas, sean del lado de la derecha o de la izquierda, están imponiéndose donde están acallando la voz del otro.  La resignificación de los hechos según mi parecer, la cultura de la cancelación y la corrección política es la nueva narrativa de la derecha y de la izquierda. Lo miedoso es que la gente, hasta los más ilustrados, aplauden. Les parece normal que haga parte de su diario vivir. Solo le creen al mesías. La razón y el consenso a través de la diferencia ha muerto.

La masacre de la familia de Don Pioquinto Moreno ha quedado impune. Conservo el archivo que da testimonio de esa masacre y de cómo un Estado kafkiano con su burocracia inútil fue incapaz de dar con los perpetradores del crimen a sabiendas de quiénes eran. Hace poco consulté el informe de la Comisión de Paz. No encontré rastros de las masacres de la vereda El Recreo, municipio de La Palma. Para esa burocracia esas masacres no existieron.

Siempre me he preguntado cuál es el gusto que siente la gente por la violencia. Los siquiatras dicen que la colombiana es una sociedad mentalmente enferma. Y razón deben tener si se lee al historiador cultural estadounidense David J. Skal, quien se dedicó toda su vida a entender el terror y el miedo a través del cine. En su libro “Screams of reason: Mad Sciencie and Modern Culture” (1988) este historiador plantea que una sociedad muestra sus entrañas por lo que le teme.

Y a qué le teme, preguntaría cualquier lector despistado. La respuesta es simple: ¡a vivir en paz!

 

 

 

miércoles, noviembre 29, 2023

Prólogos, Gabo y el olor de la guayaba

 Armando Moreno Sandoval


El recuerdo más lejano que tengo de Gabriel García Márquez se lo debo a mi hermano Jaime.

Cada vez que llegaba a casa algún fin de semana, traía consigo entre su maleta repleta de ropa, como si viajaran de incognitos, uno que otro libro de García Márquez junto algún ejemplar de la revista Alternativa.

Aunque nunca los leí de pe a pa, si los leía a medias cuando los ojeaba. Debo confesar que me embelesaba las carátulas de los libros y las caricaturas de Antonio Caballero. Muchos años después, esas mismas carátulas, tanto de los libros como de la revista, de vez en cuando las encontraba en las casetas que en el corazón de Bogotá ocupaban la acera de la calle 19 entre la carrera séptima y la Avenida Caracas.

Como cada generación carga con sus recuerdos, la Bogotá de comienzos de la década de los 80 del siglo XX, la que se resistía a lo nuevo, aún conservaba parches arquitectónicos y urbanísticos que aun olían a nostalgia, y alguno que otro café como el Centauro en la plazoletica de Las Nieves. Fue en ese mismísimo café, a unos pocos metros de las casetas de libros, que comencé a devorar las primeras letras de los primeros libros de García Márquez.

Ese encuentro con las carátulas que me remitían a una época, la de mi adolescencia, fue exactamente la misma que sentí al ojear Prólogos (Jaramillo editores, 2023). Un libro que recopila los textos introductorios que escribió García Márquez para diferentes obras de otros autores, como, también, los que escribió para él mismo.

Como me había hecho la idea que me iba a encontrar con un texto cargado de palabras, la sorpresa fue de incredulidad cuando hallé que, acompañando cada prólogo, estaba la carátula del libro en mención. Era como si uno se encontrara con el pasado del libro. Ediciones que, para quién no es experto, genera cierto asombro, pues era como traerlo de nuevo al presente.

La otra curiosidad que tenía era con cuáles prólogos me iba a encontrar leyendo Prólogos. Como era un libro se suponía que era muchos. Pues los pocos que había leído eran los que había escrito para algunos de sus libros. Recordaba el de los Doce cuentos peregrinos, Relato de un náufrago y pare de contar.

Si algo tiene Prólogos,  como el mismo  García Márquez lo dijo, es que lo coge a uno por el cuello y no lo suelta. Lo leí como si fuera una novela, con la particularidad que cada texto anda por su lado con su propio tiempo histórico.

La sensación que sentí era que la tal llamada generación del Boom, tal como el profesor de español nos lo había enseñado en el colegio, eran muchos más que el puñado de escritores que los medios se habían encargado de construir.

Si las novelas de los escritores del Boom eran las que el profesor de español quería que leyéramos, otra idea nos asalta la mente con Prólogos. Pues los prólogos de Prólogos trazan la senda de las lecturas de los libros que al mismo García Márquez lo atraparon.

Rememorar a los grandes de la literatura, sean Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway o Julio Cortázar, sería un acto de injusticia con aquellos otros a quienes García Márquez exaltó con su pluma.

El historiador inglés Peter Burke ha señalado que las fuentes del historiador no pueden reducirse a las escritas. Al referirse a las fotografías decía que éstas daban más información que una montaña de textos escritos. Si alguien quiere encontrar una loa a la fotografía que mejor que el prólogo al libro Cubanos 100% del fotógrafo Gianfranco Gorgoni. Este hombre con su cámara fotográfica más que retratar la soberbia del poder, se dedicó por más de siete años, al decir de García Márquez, a fotografiar “los pequeños asuntos de la vida cotidiana, las alegrías y las penas de los cubanos comunes y corrientes, sus fiestas patrias, sus entierros”. En fin, y es lo que en el mundillo historiográfico a dado en llamarse pomposamente con el nombre de La microhistoria.

De las buenas plumas que quedan en el anonimato de eso si que nos puede dar lecciones el mismísimo García Márquez. Lo que le pasó a su gran vallenato, como solía referirse a Cien años de soledad, que fue rechazada por varias editoriales y ninguneada por los críticos del resentimiento, es, guardando las proporciones, lo que nos quiere insinuar con la escritora catalana Mercè Rodoreda. La pena que le había causado su muerte, tras preguntarla en una librería en Barcelona, le hizo rememorar su novela La Plaza del diamante. No entendía cómo una novela que había sido traducida a más de diez idiomas y con veintiséis ediciones en catalán su muerte había pasado inadvertida. Incluso poco les importó la coincidencia de las reseñas publicadas en diarios ingleses y franceses afirmando, por un una parte, su talento narrativo, y por la otra, que era lo más significativo que se había publicado en España en muchos años.

El olvido para con Mercé fue tan exagerado que años después, cuenta García Márquez, al hacerse una encuesta para establecer cuáles eran los diez mejores libros escritos en España después de la Guerra Civil a nadie se le ocurrió mencionar La Plaza del diamante. “Yo la leí en castellano por esos tiempos, y mi deslumbramiento fue apenas comparable al que me había causado la primera lectura de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, aunque los dos libros no tienen en común sino la transparencia de su belleza”.

Y sigue más adelante.

“A partir de entonces, no sé cuántas veces la he vuelto a leer, y varias de ellas en catalán, con un esfuerzo que dice mucho de mi devoción”.

Lo dicho por García Márquez me recuerda lo que escriben algunos críticos literarios respecto al olvido en que cae el autor y su obra. Los criterios, aunque diferentes son divertidisimos. Para algunos sería el tiempo el mejor juez. Para mí, el por qué esta o aquella obra literaria perdura, pienso, que hace parte de la subjetividad de quien lee. Es lo que sucede con la generación que aún sigue atrapada en el Boom. Tienen la idea fija que por fuera del llamado Boom no existen nuevas narrativas, que todo está agotado.

Hay quienes creen que el autor y la obra están atados al tiempo que los vio nacer. Que cada generación de escritores carga con sus propios fantasmas que influenciaron en sus narrativas y que solo el paso del tiempo dará cuenta de su relevancia.Y quien mejor para confirmarlo que el inigualable, incomparable y perdurable escritor mexicano Juan Rulfo.

En una de las pocas entrevistas que, sin ser huraño, dio en su vida, al preguntarle el crítico literario quienes habían sido los autores que lo habían influenciado, recitó una diversidad de autores que el mejor tallerista literario del mundo no tendría la menor idea de que hubiesen existido. Recordaba a un tal Knut Hamsun, a quien había leido en su infancia. De un Boyersen, Jens Peter Jacobsen y Selma Lagerlof, quedé azul. Su gran descubrimiento fue Halldor Laxness. Lo leyó antes de que recibiera el premio Nobel. Lo que sorprende, y quien lo creyera, fue la geografía narrada de estos autores nórdicos quienes influyeron en él para crear ese entorno lúgubre donde los muertos hablan.  

Además de los escritores nórdicos, están sus coterráneos mejicanos. Referenciaba a Rafael F. Muñoz y sus novelas históricas Santa Anna y Se llevaron el cañón para Bachimba. Mencionó sin mayores comentarios a Mariano Azuela González, Martin Luis Guzmán, pero de un tal López y Fuentes dijo haber tenido la mayor influencia con la novela Campamento, más que el resto de su obra.  “Todos han quedado en el olvido”.

Con Prólogos uno puede preguntarse qué hace que el autor y su obra queden en el olvido. A no ser, como en el caso de la entrevista a Juan Rulfo, sea el mismo autor que los reviva. Me atrevería a pensar que hay respuestas para todos los gustos. Pero la que más agrada es la del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quién es hoy por hoy el que mejor comprende el capitalismo de este siglo XXI.

En su último libro La crisis de la narración, Byung-Chul Han cree que hoy día parece existir un desajuste entre las ficciones que se producen y la sociedad en la que se escriben. Si Juan Rulfo o García Márquez gustan fue porque retrataron una época. Relatos que pareciera hubiesen sido contados alrededor de una fogata. Estas narraciones son a las que alude Byung-han, las mismísimas que son transmitidas de generación tras generación y que hoy en día están en su agonía.

Byung-Chul Han se queja que el sentir “de una época ya no existe”. A cambio de ello, lo que hay son narrativas aligeradas propias de una era que él llama postnarrativa donde las historias que se narran tienen un mero uso empresarial y comercial. Son narrativas cuyo único mensajees generar emoción con el solo fin de vender o publicitar productos e ideologías, estrategias que inevitablemente conduce a que el capitalismo se adueñe de toda narración

Byung-Chul Han con pesimismo cree que las narrativas alrededor de una fogata transmitidas de generación en generación y luego convertidas en literatura ya no volverán. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, El llano en llamas de Juan Rulfo, Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, Agosto de William Faulkner, entre otras, serán cosa del pasado. Ni el siglo XXI con la Inteligencia Artificial, ni las redes sociales contando historias personales serán capaces de encender la fogata. No tienen la capacidad de hacerlo, ya que son meros autorretratos pornográficos o exhibiciones narcisistas que a la gente poco le importa.

Pienso que Prólogos es lo más parecido a la fogata que nos habla Byung-Chul Han. Y que fogata la que nos ha regalado el escritor y académico colombiano Fernando Jaramillo. El mismo autor de Memorabilia, que, según palabras de Julio César Londoño, “el único blog que García Márquez consultaba cuando quería precisar datos que se le estaban olvidando, como esos personajes suyos que se perdían en los laberintos de la senilidad”.

Pienso que sin Prólogos en las estanterías de las bibliotecas las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia estarán huérfanas y los amantes de la obra de Gabo soportar siglos de soledad.

viernes, noviembre 17, 2023

El Karl Marx de Isaiah Berlin

Armando Moreno Sandoval

Karl Marx es el libro más conocido de Isaiah Berlin, publicado por primera vez en 1939 y revisado varias veces después. Es un mamotreto que, si uno se descuida, corre el riesgo de torcerse el brazo.

Los estudiosos de la obra de Marx, más no los marxistas, ni quienes han hecho de ella una doctrina religiosa, dicen que es el análisis más riguroso y serio hasta ahora escrito.

Biografías serias sobre Marx son pocas. Si las contamos teniendo como referencia los dedos de una sola mano, el lector puede sorprenderse de que le sobran dedos.

Terrel Carver quien escribió el postfacio de la 5ta Edición para Alianza Editorial en español, al terminar uno de leerlo se llega a la conclusión que de toda la chapucería que ha salido sobre la vida y las ideas de Marx, solo vale la pena destacar la de Francis Wheen, titulada también Karl Mark (London, 1999). Todo indica que Wheen, periodista, productor y escritor, además de las camionadas de libros que vendió, ganó mucho dinero y demasiados premios. Los entendidos dicen que el Karl Marx de Wheen es muy humano y que lo acercó al común de la gente.

Si Wheen logró este perfil obedece porque obtuvo acceso a una cantidad de material publicado en inglés, alemán y ruso que para la época de Berlin no existía. La otra ventaja fue el de haber accedido a los archivos del propio Marx que se habían resguardado en Amsterdam y Moscú, y que para la época que escribe Berlín eran inaccesibles.

La otra obra según los estudiosos de Marx rescatable es la de David McLellan: The Young Hegelians and Karl Marx (London, 1969), pupilo y discípulo de Berlin. Aunque no contó con las fuentes que tuvo a disposición Wheen, si tuvo a su alcance ediciones impresas en inglés que Berlin no pudo ni soñar. El aporte de McLellan fue alejar a Marx de la lectura chata que en vida y después de su muerte habían hecho sus fans. Digámoslo sin miedo: es un Marx alejado de la ortodoxia marxista. Su Marx es en esencia humanista, es decir, haber rescatado el “primer Marx” que, a decir verdad, ya en el siglo XIX no le caía en gracia a todos aquellos que soñaban con incendiar el mundo.

La grandeza de Berlín sorprende porque para la época que escribe su obra, no había mucha biografía sobre Marx. Lo que tenía a su alcance eran las de Franz Mehring y de Boris Nicolaevski y Otto Maenchen-Helfen, publicadas en 1918 y 1933, como también unos pocos recuerdos de la familia y de sus amigos. Las obras propiamente de Marx que se conocían eran unas pocas, gracias a la generosidad de Engels que las había editado:  El manifiesto (del partido) comunista, Salario precio y ganancia, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, El prefacio de 1859 a La contribución a la crítica de la economía política, el Volumen 1 de Das Kapital  y La guerra civil en Francia.

Con ese escaso material, Berlin se las amaña para hacer una biografía intelectual, haciendo énfasis de dónde y cómo habían surgido sus ideas sobre la historia, la economía, la política y la sociedad. Lo que en el mundo académico se conoce como la Historia de las ideas.

Berlin más que tratar de mostrar las contradicciones, las ambigüedades y los errores de Marx, lo que se propone es ofrecer un cuadro lo más objetivo posible. Muy distinto a lo que hace los hagiógrafos o los contradictores de Marx.

Otro de los aportes de Berlin está en desmontar los dogmas y las simplificaciones del marxismo. O sea, ese marxismo rocambolesco que recitan de memoria los militantes, profesores y políticos de izquierda. Gentecita que tienen en mente que recitar es comprender.

Fiel al pensamiento de Berlin, la obra no está cuadriculada para que el lector la trague sin masticar. Pese a su lectura amena, sin rigidices idiomáticas, obliga al lector a tener una lectura atenta ya que sería difícil disfrutar de ese Marx humanista, bonachón, chistoso, que, por mucho tiempo se desconoció debido al dogmatismo mental de los militantes de los partidos de izquierda. No sobra decir que el perfil de un Marx aburrido que solo se la pasaba encerrado en un cuarto, sin ver la luz del sol, obedece a la imagen que le crearon los ortodoxos doctrinarios marxistas después de su muerte en 1883.

Esta debe ser la explicación del por qué en Latinoamérica en los países donde la Revolución triunfó con el correr de los días terminó pareciéndose a un manicomio. Pues lo que tenían en mente no era ese Marx que tenía tiempo para pasear con su familia y amigos, y que después de unos tragos recitaba poemas, cantaba y gritaba abrazado con sus amigos a cuatro vientos, sino el que construyó su amigo del alma Federic Engels: un Marx frío, aburrido, rígido e intransigente.

Leer el Karl Marx de Berlin es demasiado placentero. Dan ganas de que el libro no se agote nunca.

Como cada quién es libre de comprender a su manera lo que lee, al terminar y al respirar hondamente la última página del libro, uno termina convenciéndose que los temas que le da vida al libro están entremezclados en sus 346 páginas. Algo así como el Materialismo histórico que desarrolla Marx, que, para entenderlo, es necesario rastrearlo en toda su obra. No hay un texto que lo explique con pelos y señales qué es eso del materialismo histórico como si hizo Albert Einstein con la teoría de la relatividad.

A riesgo de equivocarme, intuí cuatro grandes temas que están a lo largo del libro. El primero trata de la vida de Marx, desde su nacimiento en Tréveris en 1818 hasta su muerte en Londres, pasando por su formación filosófica, su actividad periodística, su participación en la Revolución de 1848, su exilio y su trabajo en Das Kapital.

El segundo tema se ocupa de la teoría de Marx sobre la historia, basada en el materialismo histórico, la dialéctica y la lucha de clases.

El tercero examina la teoría económica de Marx, centrada en el concepto de plusvalía, la explotación del trabajo, la ley del valor y la crisis del capitalismo.

El cuarto tema que trata es la teoría política de Marx, que propone la abolición del Estado, la dictadura del proletariado y la sociedad comunista.

Berlin reconoce que Marx fue un pensador original y creativo, que anticipó algunos de los problemas y desafíos del mundo moderno, como la globalización, la alienación, la desigualdad y la opresión.

Sería cosas de tontos pensar que Berlin no les hubiese hecho reparos a las ideas de Marx. ¡Pero ojo! Son reparos que están enmarcados en las mismas correcciones que haría en vida el mismo Marx a su propia teoría.

Quienes atropellan a Marx y creen comprender su teoría de oídas suelen afirmar que uno de los grandes pecados haya sido su apego furibundo al determinismo histórico. Cierto es que en ninguna de sus obras se encuentra una crítica al determinismo, pero en su correspondencia con líderes y amigos si da señales de que la historia no tiene por qué ser unilineal, evolutiva, y tampoco no tiene por qué la sociedad pasar por estadios sucesivos hasta llegar al comunismo.

Marx llega a esta conclusión ya finiquitando su vida cuando ya había perdido toda  esperanza de que la Revolución estallara en el algún país industrializado europeo. Pese a que se seguía dando golpes de pecho del por qué el país más industrializado de Europa, Inglaterra, por ningún lado daba asomos de Revolución, se le aparece como arte de magia Rusia. Al prestarle atención a los acontecimientos que estaban sucediendo en Rusia comienza a convencerse que en ese remoto país aún feudal y sin pizca alguna de haber desarrollado la industrialización podía albergar la Revolución. Y así fue. La vida no le alcanzó para verla triunfar, ni para corroborar lo que le había dicho por escrito a sus amigos: que para que se diera la Revolución no era necesaria la existencia de una burguesía, ni la industrialización.

Quienes critican a Marx por su visión determinista, totalitaria y utópica, que ignora la diversidad, la libertad y la responsabilidad de los seres humanos son los antimarxistas de cafetín, güisqui y caviar que por lo general deambulan como animas en las facultades de humanidades de las universidades. El lío está en que detractores y defensores están equivocados. Y la explicación es sencilla, las fuentes que usan por lo generan corresponden a un marxismo ñato, vulgar, escrito por terceras personas.

Por otro lado, están los que creen que Marx se equivocó al predecir el colapso del capitalismo, la revolución proletaria y la armonía comunista. Y por esa misma vía están quienes dicen que sus seguidores se equivocaron al aplicar sus ideas de forma dogmática y violenta. Estos análisis por lo general son de impostores marxistas que tienen un conocimiento a medias. De lo dicho solo mencionaré que el mismo Marx, en cuanto a la Revolución proletaria, pensó que no tenía por qué darse en todos los países, y ponía como ejemplo Inglaterra. Su explicación era que el capitalismo industrializado al mejorarle las condiciones de vida a los obreros los había aburguesado. Por tanto, era difícil que un país con unos obreros sin afugias económicas liderase la Revolución.

Alguien podría atreverse a pensar qué importancia tiene en este siglo XXI, y en pleno auge de la Inteligencia Artificial, gastarle tiempo a un personaje que vivió en el siglo XIX como si en los últimos cien años la humanidad hubiese estado huérfana de pensadores. Por supuesto que sí los hay. Ahí están, entre muchos, Karl Popper, Michael Foucault, Gianni Vattimo, etc.

El lio no es ese. Solo diré que así existan otros pensadores, Marx es, junto a Jesucristo, lo más relevante que ha dado la historia de occidente.

Uno de los aportes más universal es el de haber concebido que para explicar la naturaleza y la sociedad era necesario concebir diferentes leyes. Aunque hoy se sabe que las humanidades en nada se parecen a las ciencias naturales, ya que el mundo que recrea un pintor en su taller y lo que hace un biólogo en un laboratorio en nada se parecen, es, gracias a Marx que las humanidades tienen sus propias narrativas.

Valga traer a cuento que cuando en el siglo XVIII el triunfo de las leyes físicas para explicar la naturaleza no tenía contradictor alguno, aparece un filósofo llamado Hegel que se pregunta si la sociedad podía explicarse con esas mismas leyes como lo hacen los biólogos, astrónomos, botánicos o físicos con la naturaleza, el universo. La respuesta de Hegel es no. Habría que inventar otras leyes que dieran cuenta de esa naturaleza humana. Pues leyes como las que había inventado Newton para explicar el universo nada tenían que ver para comprender los conflictos sociales, la política, etc.

Aunque Hegel fue quien sentaría las bases, es Marx quien logra crear una teoría para explicar la sociedad. Y esa teoría es nada más, ni nada menos que el Materialismo histórico.

No sobra reseñar, además, que el legado de Marx está aún por escudriñarse. Las instituciones que están al frente aún no han terminado la tarea de catalogar y poner a disposición el archivo dejado por Marx. Quienes están al frente de tan monumental tarea han calculado que todo el material comprendería unos 160 volúmenes. Hasta ahora van 50 volúmenes, pero el dato interesante es el pistoletazo de partida que comenzó en la década de los años 50 del siglo XX.

El propósito de Berlin no fue discutir si el pensamiento de Marx tiene validez o no. Fue el de dar a conocer desde ese campo de la historiografía llamado Historia de las ideas el origen de su pensamiento. De dónde se nutrió para haber creado semejante teoría que en pleno siglo XXI sigue dando de qué hablar.

Todo indica que habrá Marx por bastante tiempo.

 

sábado, septiembre 30, 2023

Cómo mueren las democracias

Armando Moreno Sandoval

Si te interesa qué está pasando en el mundo y en Colombia con la política y la democracia, lo mejor será leer el libro Cómo mueren las democracias, de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard. 

Aunque el hilo que amarra todos los capítulos es la democracia estadounidense, los autores la toman como referente para que el lector entienda como en ese país en este siglo XXI la democracia y la filosofía liberal está siendo apuñalada por la espalda.

Sorprende, a mi entender, cómo termina uno desengañándose de una verdad que nos han vendido e imponiendo desde hace décadas de que la democracia estadounidense ha sido la más estable y perfecta, independiente de que sea la más  longeva en el mundo y que una gran mayoría de países la hayan tomado como referente.

Es sino pasar las páginas para quedar uno estupefacto de cómo la democracia estadounidense ha sido desde sus orígenes vilipendiada por autócratas, populistas y charlatanes de la política y la democracia. Un ejemplo reciente fue Donald Trump que con sus delirios menospreció las reglas de juego del Estado de Derecho. Sujetos como este aparecen en la escena política para patear la democracia y sus instituciones. Y lo que es peor alterar los pesos y los contrapesos con que cuenta la democracia para protegerse de quienes quieren convertirse en tiranos, dictadores o autócratas.

Lo que más causa rasquiña es que estos tiranos, dictadores y autócratas todos son iguales, así sean de derecha o izquierda. Desde que existe la democracia siempre han estado ahí, llegan y se van. Lo preocupante es que sean los sectores educados y con cierta posición social los que mejor quedan encantados y atrapados con estos cantos de sirena.

En el libro los autores analizan cómo líderes disfrazados de ovejas llegan al poder por medios democráticos y luego socavan las instituciones y las normas que sustentan la democracia para convertirse en tiranos, autócratas. A través de ejemplos históricos y actuales, desde Nicaragua y Venezuela hasta Turquía y Hungría, los autores muestran los patrones comunes que siguen estos líderes para erosionar la democracia y consolidar su poder. También proponen una serie de indicadores para identificar a los posibles autócratas antes de que sea demasiado tarde, así como estrategias para defender la democracia de sus amenazas.

Aunque a Colombia la cita dos veces, el ejemplo que nos trae es el de Álvaro Uribe Vélez, cuando en la segunda presidencia quiso cambiar la constitución para eternizarse en el poder. Utilizó todas las marrullas como el de comprar congresistas, no obstante, gracias a los pesos y los contrapesos que hemos aludido, y a pesar de que la reelección la habían aprobado en el Congreso, la Corte Constitucional como guardiana del Estado de Derecho declaraba inconstitucional la reelección que aspiraba el señor Uribe. Este es un caso de populismo de derecha.

Ahora estamos ante un populismo de izquierda en el nombre de Gustavo Petro como presidente.  Aunque Colombia tiene instituciones fuertes, lo que los autores demuestran es que estas sucumben ante el populismo y el apoyo incondicional de la gente para destruir las instituciones.

Valga decir que el libro es una obra rigurosa y bien documentada, pero también accesible y amena. Los autores combinan el análisis político con el relato de casos concretos, lo que hace que sea ilustrativo y didáctico.

Además, el libro tiene una relevancia especial en el contexto actual, donde la democracia se enfrenta a desafíos globales y locales, y donde el surgimiento de líderes populistas y nacionalistas pone en riesgo los valores y las instituciones democráticas. El libro nos invita a reflexionar sobre la importancia de preservar la democracia, así como sobre el papel que tenemos como ciudadanos y como actores políticos para hacerlo.

Cómo mueren las democracias es un libro imprescindible para entender los procesos políticos que vivimos hoy en día, y para prevenir los riesgos que acechan a la democracia.

A lo largo del libro, y de una manera muy sutil, nos recalca la diferencia entre la democracia y el autoritarismo como dos formas de gobierno que son opuestos.

Mientras la democracia se basa en la participación ciudadana, la transparencia gubernamental y la protección de los derechos humanos, el autoritarismo limita o suprime estos elementos en favor de la concentración de poder en manos de una sola persona o un grupo pequeño.

Mientras la democracia reconoce la legitimidad de los adversarios políticos, respeta las reglas del juego democrático y limita el uso del poder para no abusar de él, el autoritarismo rechaza o reprime a los opositores, viola las normas constitucionales y ejerce un poder arbitrario y opresivo.

Mientras la democracia permite la libertad de expresión, de asociación, de credo y de elección, el autoritarismo controla o censura la información, la educación, la cultura y la religión, e impone una ideología o una visión única.

Mientras la democracia se basa en el principio de la soberanía popular, es decir, que el pueblo es el que elige a sus representantes y los controla, lo que se ha dado en llamar democracia representativa, el autoritarismo se basa en el principio de la soberanía estatal, es decir, que el Estado es el que decide por el pueblo y lo somete.

Estas diferencias entre la democracia y el autoritarismo es solo un abrebocas, pero hay muchas más y solo podrá encontrarlas si se atreve a cuestionar los populismos sean de derecha o de izquierda. Dos conceptos que están en desuso pero que aún funcionan para atrapar incautos con el fin de que desprecien y destrocen la democracia.